El Jefe ha cerrado el ciclo de su visita a España, como parte de su gira mundial, del mismo modo como lo empezó en Gijón: con un rotundo éxito labrado a base de energía inagotable, sencillez a espuertas y un espectáculo que, en tiempos en los que al viejo y querido rock and roll se le concede el relativo valor de simple lujo cultural, ofrece siempre mucho más que la media. Bruce es un auténtico atleta del rock que disfruta con lo que hace, más allá de las consideraciones estéticas, y hace disfrutar a quien entra en su clave. En Madrid alrededor de 20. 000 espectadores pasaron gustosamente por ese aro de música, sudor y compenetración con el compacto equipo que forman sus experimentados músicos y de quienes siempre se puede decir que no fallan ni una sola nota. Pero, para ver a Springsteen, los pobres madrileños tuvieron que pagar, además del precio de la entrada, la terrible incomodidad que deviene del atraso de ser la capital del Estado y no tener un recinto cómodo, céntrico y digno para aquellos que no rechistan al abonar casi 60 euros por un concierto de música pop. El Madrid rockero no se merece semejante maltrato por parte de sus administradores.
Bruce Springsteen (voz y guitarra)
Clarence Clemons (saxofón), Patti Scialfa (voz y guitarra) Roy Bittan (piano, sintetizador y órgano), Danny Federici (órgano y piano), Steve Van Zandt y Nils Lofgren (guitarra y coros), Garry Tallent (bajo) y Max Weinberg (batería). Estadio La Peineta. 48 y 57 euros. Madrid, 19 de mayo.
Ajeno a esta situación, el Boss salió con su gente pasadas las nueve y media esgrimiendo una amplia sonrisa, a los acordes de The rising. La fiesta comenzaba con una descarga de canciones dinámicas de entre las que cabe destacar una vibrante Prove it all night. Después vendría el saludo en castellano, leído en unas cartulinas colocadas en el suelo, y la petición a una multitud enfervorizada de un poco de silencio para adentrarse en dos temas lentos y emocionantes: Empty Sky y You're Missing. En el primero, en el que destacan los falsetes a medias con su mujer Patti Scialfa, Springsteen recuerda que desde su casa los días claros pueden verse las cimas de los rascacielos neoyorquinos y lo que sintió la mañana que se levantó y vio aquel cielo vacío.
Tras el ambiente de juerga de Waitin' on a sunny day, Springsteen se permitió un detalle e invitó a un compañero de batallas, el rubio Elliot Murphy, a interpretar con él Better days. Ese fue otro de los momentos intensos de la noche, aunque después hubo más, como fue la fiesta de palmadas y coros que el respetable se dio a los sones de Badlands y Out on the Streets, como manifestación definitiva de que el rock posee la virtud de convertirse en fenómeno de participación. Entonces los estribillos o los coros se convierten en los mejores vínculos entre el intérprete y el público, de modo que cualquier barrera idiomática queda suprimida de inmediato.
Con Mary's place llegó el momento de presentar uno a uno a los venerables miembros de la E Street Band, para que cada uno tuviese así su instante de gloria y su ración de aplausos. El pedazo más gordo se lo llevó, como no podía ser de otro modo, Clarence Clemons, quien, por cierto, no ha ofrecido en los conciertos de esta gira demasiado de su poderoso saxo. Será la edad, que no perdona ni siquiera al Big Man. Con la traca final de rigor, Springsteen concluyó su periplo español 2003 y dejó a sus fans saciados hasta la próxima gira, que no tardará muchos años en llegar. Porque Bruce parece no cansarse nunca de vivir por y para la escena. Es un atleta que aún quiere seguir compitiendo. Que sea por muchos años.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 20 de mayo de 2003