La verdad depende del partido que se admire; de que se ame a una persona, o a un equipo de fútbol ("Boca es mi madre", oí decir a un matón argentino del Boca Juniors); de la religión heredada, de la desesperación o la fortuna. De la ciudad, el barrio. Sólo en este sentido me es posible entender las campañas electorales, que, por otra parte, detesto: por chillonas, porque entran en mi intimidad por el buzón, la tele, la radio, el periódico, y meten en mí mentiras, mal gusto y promesas de un mundo mejor. Los curas eran más astutos: prometían para después de la muerte a condición de que se sacrificase en vida por sus amos (ellos mismos fueron sus agentes, muchas veces sin saberlo siquiera) y fuera pobre, casto, manso; los bolcheviques lo prometieron para esta vida, y cuando pasaron demasiados años se vio que no lo conseguían, dominados como estaban por la fuerza enemiga. O tal vez porque, en vez de hacer caso a quienes querían evolucionar desde dentro, les declararon desviacionistas y, por consiguiente, ejecutados. Pero entre las mentiras cochinas de esta situación que vivimos hasta el domingo, o hasta el sábado si se cumple la bobada del día de reflexión (de lo único que sirve es de tregua), está identificar a estos comunistas de aquí y ahora con los asesinos soviéticos. Ésos cambian siempre, y ahora los antiguos agentes secretos ascienden en la democracia, como Putin. Inés es otra cosa, y es inteligente y sagaz; verla junto a Trini da gusto.
Véase cómo cuando se quiere filosofar un poco tontamente sobre la verdad se cae en lo inmediato, en lo que tiene la campaña de penetrante, y hace reducirme al ámbito local, al de Madrid. Pero cualquier percepción elemental es válida para elevarla a este altar: la verdad de cada cual no es nunca tal cosa. Diríamos que la verdad no existe, porque es individual y en España habría cuarenta millones de partidos, como hay cuarenta millones de sexos y cuatrocientos millones de huellas dactilares. Sólo es perceptible la mentira: en política se sabe que ni las promesas ni las denuncias son verdades, y también que un bando miente más que otro, y que no obstante puede ganar. Algunos teólogos creen que en la lucha entre Dios y el Diablo ganó el Diablo, y así va el mundo. No sé si en estas elecciones ganará también, porque tiene más medios de propaganda, es más rico y engaña fuerte: pero pienso que, esta vez, sin mayoría absoluta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de mayo de 2003