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Tribuna:

Exagera, que algo queda

A medida que se va consumiendo el proceso electoral, los candidatos, ya sean municipales o autonómicos, acentúan y colorean sus ofertas. El popular Francisco Camps hablaba uno de estos días pasados de construir cien estaciones de metro y otros tantos kilómetros de red ferroviaria en el área metropolitana de Valencia, cuando es bien sabido que éste es un espacio dejado de la mano de Dios en punto a planificación y coherencia. El socialista Joan Ignasi Pla -y no sólo él- habla de viviendas para jóvenes como si liberar suelo y edificarlas fuese un trámite tan simple. El repertorio se puede aumentar con otras demasías inducidas por las circunstancias. Son licencias propias de la lucha por el voto que, afortunadamente, el vecindario atiende con el escepticismo o la retranca del gato escaldado.

Sin embargo, hay asertos que por falsos e insidiosos requieren una puntualización. Tal nos parece una proclama de la candidata a la alcaldía del cap i casal, Rita Barberá. Tiene declarado la infungible edil que "Valencia no existía para los gobiernos socialistas", sugiriendo así que nada hicieron por la ciudad en tanto la gobernaron, y de donde se sigue que todo el progreso del municipio y consiguiente mérito le corresponde en exclusiva a ella misma, alcaldesa durante los tres últimos mandatos consecutivos. Toda una exhibición de narcisismo o un alarde de amnesia intencionada, pues por su edad y experiencia sabe con qué paramera destartalada se encontraron los primeros consistorios democráticos y cuán miserables eran los recursos económicos de la corporación.

Yo no voy a reproducir su gorronería y me apresto a reconocerle los laureles que adornan su gestión. No caben en estas líneas apretadas, pero ni sus críticos más implacables pueden negar que la ciudad ha roto sus costuras y en muchos aspectos enorgullece a los valencianos. Es una ciudad más limpia y mejor ajardinada que nunca, sin soslayar el dinamismo urbano y su consolidada aptitud como foro ferial y congresual. Seguro que olvido otras medallas, pero tampoco me demoro en la insoportable contaminación acústica, la indisciplina vial, la lenta recuperación del centro histórico o las reiteradamente aplazadas reformas de algunos de sus espacios o recuperación de otros. El veredicto de las urnas, además, es inapelable.

En cambio, no es justo, y hasta resulta ridículo, que se pretenda borrar de la crónica municipal quien concibió el Jardín del Turia; el mismo río de cultura que hoy se publicita como si hubiera caído del cielo; el IVAM; la Ciudad de las Artes y de las Ciencias que un PP primerizo y tontiloco quiso desmantelar; el paseo marítimo; el Palau de la Música y, quiérase que no, a pesar del desamparo económico, fue asimismo obra de la gestión socialista y de sus coaligados, cuando los tuvo, emprender la construcción o remoción del alcantarillado. También queda manco este recordatorio de una tarea que Ricard Pérez Casado acometió en una fecha tan lejana como 1979. Hasta ese momento, Valencia no existía, eso sí es verdad. Pero a partir del referido año y consignada gestión se establecieron los fundamentos y directrices que todavía alientan en los planes y orlas de la actual alcaldesa. No reconocerlo así delata un poso indignante de ingratitud, incluso en estos lances electorales donde toda exageración tiene su acomodo. Si alguien duda, que consulte las hemerotecas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 22 de mayo de 2003