El terremoto que sacudió Argelia la noche del miércoles derribó de un mortífero golpe una manzana entera de 10 pisos de altura, un centenar de viviendas ocupadas por una media de cinco o seis personas, en la barriada de Ciudad Sumam, 35 kilómetros al este de Argel. Sobre la montaña de escombros convertida en una fosa común, un ejército de bomberos, socorristas y civiles voluntarios ya sólo podía recuperar cadáveres en la tarde de ayer. Más de 40 horas después del violento temblor de tierra, cinco autobuses con agentes de policía y soldados llegaban al caótico escenario de lágrimas y polvo, en el distrito de Regahia de la provincia de Argel.
Una mujer que acababa de identificar los cuerpos de sus padres gritaba desesperada en árabe y francés: "¿Dónde está el Estado? ¡El Estado está ausente!". Es Yasmina Rashid, de 49 años, y en la casa de su familia vivían nueve personas. Argelia se ha visto desbordada por la magnitud de la catástrofe. Mientras el Ministerio del Interior elevaba al mediodía de ayer a cerca de 1.600 muertos y más de 7.000 heridos el número de víctimas del terremoto, los datos recogidos sobre el terreno hacen temer, como han reconocido miembros del Gobierno, que el balance final sea muy superior. Entre esos muertos se encuentran ocho ingenieros chinos que participaban en la construcción de 1.444 apartamentos en Bab Ezzuar, cerca del aeropuerto, informó el ministro de la Vivienda.
Sólo en el desplome del edificio de Ciudad Sumam pueden haber quedado sepultadas más de 500 personas, que a la hora en que se registró el seísmo cenaban en casa mientras seguían por televisión el partido de la final de la Copa de la UEFA celebrado en Sevilla. Pero el movimiento telúrico también derribó en Corso, una ciudad de 17.000 habitantes de la provincia de Bumerdés, la mezquita de Fathe, a la que más de 50 fieles habían acudido para el rezo de la noche, o un cuartel de la Gendarmería, donde habitaban familiares de los agentes de seguridad y en la que los equipos de rescate hablaban de más de 30 muertos.
Ante los restos de la mezquita, donde la cúpula seguía milagrosamente indemne sobre una montaña de escombros, Mohamed al Jalil, de 60 años, lloraba por su padre, Said, de 81 años. "Era muy religioso y acudía a todos los rezos; seguro que ahora está muerto, pero nadie me ha podido confirmar si su cadáver ha sido recuperado", decía. "Nadie ha venido a ayudar". Una excavadora derribaba en ese momento los dos árboles que le impedían acceder al solar del templo. Los perros de los socorristas alemanes no habían hallado rastro de supervivientes.
Barrios enteros construidos por la Sociedad Pública de Vivienda Familiar (SPLF, en sus siglas en francés) tras la independencia del país magrebí en 1962 se han venido abajo. Algunos edificios de SPLF en Corso estaban aplastados como castillos de naipes, mientras los bloques de las de la Urbanización Cooperativa, en las afueras de Bumerdés parecían arrancados de cuajo de sus propios cimientos. La gente se quejaba de que viejas construcciones se encontraban en pie mientras que las casas nuevas se habían derrumbado en minutos.
El teniente de alcalde de Corso, Abdelkader Chalaui, no daba ayer abasto para atender las quejas de los vecinos ante la sede de la Asamblea Popular Comunal (Ayuntamiento). Un destacamento de gendarmes le guardaba las espaldas. "El Estado no se ocupa de nosotros, nadie está tomando medidas para ayudarnos", se quejaba una anciana. Para la mayoría de los argelinos, el Estado que les proporciona empleo y alojamiento es visto desde la edad dorada del mandato del presidente Huari Bumedián (1965-1970) como la única solución a todos sus males.
Pero la sociedad argelina parece haberse movilizado ante la momentánea parálisis de la Administración, tan desbordada por el cataclismo que hasta se ha olvidado de imponer escolta policial obligatoria a los periodistas extranjeros, como es norma desde 1994. Toda la autopista de la costa en dirección a Bumerdés era ayer un atasco. Además de las caravanas de vehículos organizadas por grupos y asociaciones para llevar mantas, agua y comida a los damnificados, miles de personas viajaban también en sus propios vehículos hacia la zona más castigada por el temblor de tierra -las poblaciones del este de Argel- para conocer el paradero de parientes y amigos. Las líneas telefónicas, que apenas daban ayer cobertura local en la capital, están caídas en el resto de la región costera, mientras los suministros de agua, luz y gas siguen interrumpidos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de mayo de 2003