En el límite este de la provincia conquense, donde el pino mediterráneo inicia la mancha verde y aromática, las noches son frescas y el viento viene cargado de humedad recogida en la cuenca del río Júcar; allí donde el secarral se ablanda, y el guijarro forma una capa profunda que evita la evaporación y rebota la luz contra las uvas, ha nacido una nueva denominación de origen, por nombre Ribera del Júcar, alumbrada bajo los auspicios de la nueva Ley del Vino, lo que hace que sea la primera denominación española en la que sus vinos han sido juzgados y certificados por un organismo externo e independiente, en este caso el Ivicam (el Instituto de la Vid y el Vino de Castilla-La Mancha).
Ribera del Júcar es una zona pequeña, de apenas 9.000 hectáreas de superficie, donde los viticultores se agrupan mayoritariamente en cooperativas, y donde el vino tinto, de soberbia calidad, veía frustrada su carrera hacia el reconocimiento público al ser vendido casi exclusivamente a granel. De estas tierras y estas viñas se han nutrido bodegas prestigiosas, situación aberrante que la nueva denominación de origen trata de remediar. Tienen que recorrer un largo y difícil camino hasta conseguir que toda su producción se venda embotellada, lo que dependerá en gran medida del esfuerzo en promoción y comercialización. Porque la bondad de sus vinos es ya un hecho indiscutible, particularmente sus jóvenes tintos de tempranillo, de color rojo violáceo, bien cubiertos, intenso aroma frutal (mora, cereza, cassis) y excelentes taninos dulces de sorprendente expresividad, que en la boca se resuelven en el tacto suave, la amplitud sápida, el gusto largo y perfumado. Y casi todos a un precio irresistible.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de mayo de 2003