Iban cubiertos de hierro; y sus caballos de batalla, de espuma y fango. En aquel campo arrasado, los más poderosos se proclamaban, por igual y sin contemplaciones, vencedores, y exhibían sus trofeos en lo alto de las afiladas picas: callejeros, censos, encuestas, mapas de regiones y países a la aguada, votos nulos, porcentajes, mesas escrutadas, cifras oficiales, partidos devastados en el umbral de un cinco por ciento inclemente, regidores para el desguace y otros en expectativa de recuento y orgasmo municipal, votantes con el pecho acorazado de "No a la guerra", de "Sí al agua", de "Nunca máis", y del mosqueo de un inquietante "Walt Disney ama a la Maruja", parlamentarios autonómicos que revalidaban su escaño o se lo hacían de una tacada, mientras otros inauguraban el llanto. Y en aquel punto, el biólogo se despertó, entre el sobresalto y la sorpresa, cuando los marines desembarcaban en Iwo Jima. En el cuarto de baño, encendió el transistor y el agua fría de la ducha le empapó la corteza cerebral y le aseó la consciencia: en realidad, era la joven guardia celeste del PP la que desembarcaba en Mallorca. Se vistió, apagó el televisor, cogió el portafolios, bajó al garaje y salió de estampida, hacia el sosiego de su apartamento, como ya tenía decidido.
Conducía con las tripas revueltas y los limpiaparabrisas barriéndole la lluvia y las martingalas de la escenografía electoral: los figurantes, el decorado, el orden de aparición de los resultados provisionales, la carta de ajuste de cuentas, el sucio y perverso truco de reservarse ciertos datos, para encandilar o decepcionar a la audiencia, según en qué momento, la apoteosis final y las declaraciones victoriosas. El biólogo aceleró: se negaba a ser objeto de deseo bienal, destinatario de abundancias etéreas, y votante domiciliado en el silencio, antes que ciudadano contante y sonante. Lo rebelaba el hecho de que fuera gobernado por unos u otros, a cambio de una periódica visita a la urna. "La democracia no debe quedar en una degustación tan miserable, pensó, antes de estamparse los sesos en un almendro".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de mayo de 2003