En medio de la efervescencia de una gran ciudad como Valencia se me ha quedado hoy, en la retina, la imagen de una pareja de ancianos, avanzando por la calle a duras penas, apoyados el uno en el otro y cada cual con su bastón. ¡Cuánta vida habrán visto pasar juntos ! ¡Cuánto podríamos aprender de ellos, y, qué poco cuentan ya para nosotros! Apartamos a los niños en las guarderías y a los viejos en las residencias, o en la soledad de sus pisos esperando a la muerte, y nos dedicamos a producir, a comprar y a consumir.
Si fuera una persona importante y con influencias diría que he tenido un sueño: Una sociedad de personas, para las personas, en donde la actividad económica esté supeditada a la vida familiar y al desarrollo integral de las mismas. ¿Sueño, utopía? Desde luego, pero creo que no debemos renunciar a ellos, son lo único capaz de hacer avanzar a las sociedades humanas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de mayo de 2003