Fue la noche de Isaac Albéniz. El Teatro Real vivió ayer el estreno mundial de la ópera que estuvo oculta más de 100 años. Hubo decenas de corresponsales y críticos de todo el mundo para contemplar la vigencia y la calidad de una ópera que tiene la leyenda artúrica como hilo conductor. Y el compositor encontró al fin el Santo Grial de un éxito que no pudo experimentar en vida, de la mano principalmente de su director musical, José de Eusebio, que paritura en mano recibió la mayor parte de los ocho minutos de aplausos de la noche.
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De Eusebio ha pasado ocho años de su vida reivindicando Merlín como una de las óperas españolas más importantes de todos los tiempos. Primero investigando en el Museo de la Música de Barcelona, luego rastreando los archivos de la BBC, donde encontró los rastros, a veces en espantoso estado, de la partitura que el compositor creó en la última década del siglo XIX. Incluso el director, al transcribir la obra nota por nota al ordenador, se ha visto obligado a reescribir seis compases que no pudo encontrar. Ayer, su versión sonó a todo gas con una orquesta enorme, de dimensiones wagnerianas, con 97 músicos en el foso además de un coro de 80 miembros, una escolanía de 24 niños, 10 cantantes de gregoriano y 21 bailarines, una forma musical que Albéniz mezcla en su partitura con ecos de Wagner, la escuela francesa y cierto ramalazo español.
Entre el público había familiares y descendientes del músico catalán, como su biznieto Julio Samsó, que se confesaba "emocionado y entusiasmado". Para este hombre, que había escuchado los ecos de Merlín cuando tenía ocho años, el montaje era "impresionante, muy bueno, y los coros maravillosos".
A la máquina orquestal le siguieron con éxito los intérpretes principales: Eva Marton en el papel del hada Morgana, Carol Vaness como Nivian, David Wilson-Johnson como Merlín y Stuart Skelton como Arturo. Se movían con destreza en el mundo escénico, lleno de guiños fantásticos y cierto aire de la estética de El señor de los anillos, con vestuarios largos y suntuosos y decorados con juegos de fluorescencia y luces de colores electrizantes, que ha ideado el director de escena John Dew. Han hecho falta ocho camiones para transportar los decorados que se han realizado durante tres meses en Odeón (Valencia). Y no faltaban ni las varas mágicas, ni las piedras hechizadas, ni una llamativa espada Excalibur, que Arturo tuvo que arrancar de la piedra para convertirse en rey de Inglaterra.
También los trajes se han diseñado con esmero especial para este estreno mundial. Por ejemplo, el de Morgana estaba hecho con fibra de vidrio, para crear efectos de luz, mientras que las pelucas que lucían los intérpretes han requerido seis kilos de pelos de yak, un animal que proviene del Tíbet. En eso y en otras cosas se han empleado los 541.000 euros que ha costado este montaje de producción exclusiva del Teatro Real y que congregó, entre otros, al alcalde electo de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, a la par sobrino-nieto de Albéniz.
Ruiz-Gallardón, que llegó muy justo de hora pero a tiempo para saludar, confesó que estaba ayer más emocionado que en la noche del domingo. "Es más fácil ganar unas elecciones que coronar a un rey en estos tiempos que corren", aseguraba después de comprobar cómo en el primer acto el desconocido Arturo se convierte en monarca de Inglaterra. Y agregó: "Esta noche vivimos una reivindicación histórica que nos ha costado 100 años. Madrid abre hoy las puertas que nuestros abuelos cerraron".
Es eso precisamente lo que todos esperaban ayer que ocurriera con Merlín, una ópera que, a juicio de Emilio Sagi, director artístico del Real, es "una pieza sensacional que al oírla extraña que no se haya reivindicado antes con más fuerza".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de mayo de 2003