Las peripecias de un joven que tiene que poner en orden su más bien disparatada vida para poder cumplir las caprichosas condiciones que le permitirán acceder a una cuantiosa herencia no es un tema precisamente nuevo en la historia del cine: nada menos que Buster Keaton, en Las siete ocasiones, inventó un escenario parecido, periódicamente revisado por el cine comercial, sin llegar jamás a los poéticos hallazgos del original.
Que ahora se le ocurra "revisarla" a un tal Justin Edgar, británico de Birmingham y debutante en estas lides, no hace sino confirmar la pervivencia del esquema. Otra cosa, empero, es qué sentido del humor se utiliza para hacer avanzar las cosas. Decididamente situada más cerca de los tediosos, insoportables hermanos Farrelly que de Keaton y su peculiar universo, ¡A lo grande ! es un aparatoso y decididamente prescindible artefacto construido para el lucimiento de un nuevo astro de la interpretación juvenil británica, Luke de Woolfson, a quien, en uno de esos ejercicios de sadismo tan de moda en el cine para adolescentes, se somete por imperativos de guión a todo tipo de vejámenes y perrerías.
¡A LO GRANDE!
Director: Justin Edgar. Intérpretes: Luke de Woolson, Melanie Gutteridge, Simon Lowe, Lee Oakes, Mirren Delaney, Emma Catherwood, Lucy Voller, Morweena Banks. Género: comedia, Reino Unido, 2000. Duración: 80 minutos.
Redundante y tediosa, previsible hasta la náusea y poblada de personajes sin la menor consistencia psicológica, la película saquea casi con saña todo tipo de recursos escatológicos -eructos, pedos, esas sutilezas-, recurre con obsesión incomprensible a una música comercial y machacona y, para mayor escarnio, hace gala de una ideología patriarcal y trasnochada que hace de ella una tonta provocación sólo para amantes del humor deslenguado y cuartelero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de mayo de 2003