Ramón Iglesias fuma Ducados y pidió un asiento de fumador. El coche 9 era el último vagón del Talgo Madrid-Cartagena. "El tabaco te mata, pero a mí me ha salvado. Si hubiera estado en otro vagón, no sé...", relata por teléfono desde Cartagena, donde vive y donde se repone de sus heridas en los brazos y de un golpe en el estómago que le molesta cada vez más. Iglesias trabaja en un establecimiento de suministros industriales, tiene 42 años y subía por primera vez en ese tren. En su vagón sólo había otro pasajero, así que Iglesias se fue a la cafetería en busca de conversación. Estaba en la esquina de la barra tomando un café cuando se produjo el golpe: "Vi a la gente volar", dice.
Entonces sintió un segundo golpe. "Era el incendio que había empezado delante", cuenta con voz sorprendentemente serena. Detrás de la locomotora había dos vagones de preferente, en los que se originó el fuego. Más atrás, la cafetería, y luego siete vagones. El último de ellos, el de fumadores.
Iglesias y la decena de personas que estaban en la cafetería intentaron huir de las llamas hacia el cuerpo del tren. "Me costó mucho abrir las puertas y la gente detrás de mí no paraba de chillar". Al final, Iglesias consiguió abrirla. Ésa y otras puertas más. No recuerda cuántos vagones avanzaron hasta encontrar uno por el que pudieran salir.
Puede que fuera el coche número cinco, donde estaba José María Avilés, un murciano de 40 años, trabajador de una ONG, asiduo de los viajes en Talgo y que salió del accidente con contusiones cervicales y lumbares. Avilés recuerda que vio llegar a los pasajeros aterrados desde la cafetería. Pero puede que fuera otro coche. "No era el momento para detalles, no sé cuántos vagones recorrimos", asegura Iglesias. Sí recuerda a un pasajero que arrancó un asiento y golpeó la ventana con furia para escapar el tren. "La verdad, no me fijé en si había martillos, pero la gente lo intentaba con lo que encontraba".
En el coche 5 también luchaban con las puertas. Cuando consiguieron abrirlas se veían las llamas. Al abrirlas, se sintieron libres. Avilés narra lo que ocurrió entonces: "Cuando salimos volvimos para ayudar a los que se habían quedado atrapados en los vagones delanteros. Fue muy duro. Muy duro. Pudimos ayudar a algunos. A otros, no. Sacamos a algunos quemados y a otros con contusiones".
En la parte trasera del tren, ya en el suelo, estaba Victoria Alemán, de 22 años, estudiante de quinto de Farmacia. Viajaba en el coche 8 y abrió la puerta que permitió salir a la decena de pasajeros del vagón. "El tren estaba ladeado y sólo abrimos la del costado más alejado del suelo, así que había un gran salto, pero nadie lo dudó", recuerda agobiada y con voz temblorosa desde Murcia.
En ese momento ya tenía la nariz rota, pero no le dolía. "Ni la sentía". Por el choque se fue directa hacia la bandeja del asiento delantero. Junto a la nariz, perdió las gafas. Ahora luce un vendaje que debe llevar durante cinco días y espera que la nariz quede bien.
Todos coinciden en que la ayuda tardó mucho y poco a la vez. "En esos momentos el tiempo es difícil de medir. Supongo que tardaron poco, pero cuando estás delante de una persona que está grave te da la impresión de que la ambulancia tarda una eternidad", asegura Avilés con la voz a punto de quebrarse.
Una veintena de pasajeros regresaron en un autobús en el que el silencio era absoluto. Avilés recuerda: "Cada pequeño movimiento del autocar era un susto tremendo". No ha dejado de preguntarse por qué. "¿Por qué hay una vía única en este trayecto? ¿Por qué nos venden un AVE que no veremos en mucho tiempo y no arreglan esta vía, que sí usamos? ¿Por qué llevamos dos accidentes en seis meses en el mismo trayecto?"
Otro protagonista de una noche trágica: Juan Carlos García. Se encontraba a unos metros del lugar del accidente del Talgo y del mercancías cuando escuchó el enorme estruendo y enseguida asoció una llamarada de unos 50 metros de altura con el tren que había visto pasar segundos antes, por lo que se desplazó en su vehículo a la zona del accidente para intentar ayudar en lo que fuera posible.
Al llegar a la parte de atrás del Talgo, Juan Carlos vio a muchas personas que se encontraban fuera de la vía. Se adentró en los vagones, uno por uno, para ver si había algún herido al que poder socorrer pero al llegar al final, a la altura del bar, no pudo continuar, ya que había hierros retorcidos y salían llamaradas por todas partes.
Decidió salir al exterior para atender a los heridos más graves, mientras las explosiones se sucedían en los primeros vagones del Talgo, repletos de viajeros. Uno a uno rescató a más de una decena de personas aunque, subraya, en todo momento estuvo acompañado por hombres y mujeres que trasportaban a los heridos lo más lejos posible de la zona de colisión. Una mujer le pidió que le ayudara a sacar a su marido de uno de los vagones en llamas. Ella se encontraba en el servicio en el momento del accidente, lo que a la postre le salvó la vida.
Pero Juan Carlos García también recuerda con rabia a los pasajeros que se iban por la vía "con sus macutos" mientras otras personas estaban muriendo en la cabecera del Talgo: "Los que en el momento del accidente se encontraban en el bar se quedaron a ayudar, pero la mayoría de la gente no fue solidaria y se fueron. Había una mujer con una costilla rota que en todo momento estuvo ayudándonos a rescatar a personas de los primeros vagones", añade.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 5 de junio de 2003