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Editorial:

Lo último de los Castro

Los dictadores suelen sacar fuerza de las presiones exteriores. Fidel Castro no podía ser menos. No permite que nadie se pronuncie en su contra en Cuba, pero ayer sacó a la calle a millares de cubanos para manifestarse contra las sanciones diplomáticas decididas por la Unión Europea. Un patético comandante vestido de verde olivo encabezó la marcha ante la Embajada de España, y su hermano Raúl la que se manifestó ante la legación italiana, para insultar por partida doble a Aznar y a Berlusconi por alentar esas medidas de la UE. El Gobierno español no debería caer en su provocación, ya que con ello no haría sino fortalecer a un régimen que ya sólo puede aspirar a resistir.

Las recientes ejecuciones que han roto la moratoria de hecho de la pena de muerte en Cuba y las detenciones masivas de disidentes han llevado a la Unión Europea a tomar unas medidas mínimas y diplomáticas que consisten en limitar las visitas de alto nivel a La Habana, reducir la participación europea en actos culturales e invitar a los disidentes. Son una señal positiva de que la oposición interna no ha sido abandonada por Europa. Pero la UE no ha tomado ninguna represalia económica ante la evidencia de que sólo dañaría a la población.

Nada flexibilizará al castrismo, un régimen anacrónico que lleva tiempo aquejado de esclerosis y que, en el fondo, se alimenta del acoso internacional, especialmente el de EE UU. Ni el Papa logró inmutar a Castro, que se permite viajar sin problemas a las tomas de posesión de otros jefes de Estado latinoamericanos. Sería un error por parte española tensar la cuerda. Tras la condena del régimen totalitario y el rechazo de sus provocaciones debe primar la suerte de los cubanos. En condiciones normales, los insultos vertidos por Castro contra el presidente del Gobierno español deberían llevar a la retirada del embajador o a la ruptura de relaciones diplomáticas. Pero dar este paso hoy sería hacerle el juego a Castro. Los cubanos se merecen un apoyo pleno por parte de España y de su embajada, ahora y para el día después, aunque éste sea imprevisible.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de junio de 2003