No dio tiempo a saber si el plan de Luis Aragonés era bueno o no. No tenía una gran pinta, la verdad, pero lo cierto es que se fue directamente a la basura a los seis minutos por un despiste imperdonable, un doble error de concentración para el que no hay coartada: a Zidane se le permitió pensar y a Ronaldo se le dejó solo. Y es imposible imaginar que el técnico madrileño no hubiera advertido a los suyos de que eran precisamente ésos dos de los pecados que el Atlético no podía cometer. Pero Albertini se acordó tarde de las virtudes que han acompañado a Zidane a lo largo de su carrera, y Ronaldo, pese a su tamaño, se volvió invisible ante Otero, que ni se enteró de que cómo el brasileño le ganaba la espalda, y Coloccini, que se quedó clavado rompiendo el fuera de juego. Y para colmo, Esteban entregó el primer palo en el remate.
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Fue exactamente en ese minuto seis cuando se acabó el Atlético y su capacidad de combate. Apenas hubo respuesta al contratiempo. Casi al contrario, se dieron unas cuantas reacciones decepcionantes en cadena. También de Luis Aragonés, que rectificó enseguida su planteamiento inicial, dando entrada a Jorge y quitando a Otero, uno de los dos laterales que había lanzado sobre la banda derecha, pero tarde, cuando el Madrid ya gobernaba el marcador con un contundente 0-2. Y que pronto se dio cuenta de que por culpa de su convocatoria, vacía de soluciones de ataque, no tenía muchos remiendos sobre los que apoyar una posible remontada. Y para completar su noche, el entrenador entró al trapo de las críticas de un aficionado y, con las càmaras de televisión como testigo, se encaró con él de mala manera.
No estuvieron mucho mejor los jugadores, perdidos y despistados, sin sangre y sin atención. Fallaron los rojiblancos sobre todo en los asuntos defensivos, donde se comportaron con una inocencia exagerada. Sin pisar a tope el acelerador, el Madrid se plantó cómo y cuándo quiso en el área. No necesitó atacar a toda pastilla, ni siquiera tener la pelota. Cada visita se traducía en una ocasión clara. Mal especialmente los centrales, con Coloccini y García Calvo perdiendo casi siempre ante Ronaldo, que se dio de bruces ante su partido más cómodo de la temporada. Y mal los laterales, que autorizaron a Figo y a Roberto Carlos a reivindicarse.
Tampoco estuvieron finos Albertini y Emerson, la pareja que teóricamente debía guiar el juego del Atlético. Makelele se los comió por facultades y Guti por fútbol. Y pese a su derrota en dicho duelo, Luis Aragonés no los movió del campo. Sacó muy al final a Movilla, pero por Luis García, que volvió a encogerse, como en el Bernabéu, al ver enfrente al Madrid.
Al menos José Mari y Fernando Torres lo intentaron siempre -también Sergi con alguna cabalgada-. Así lo entendió también el Madrid, que se limitó a vigilarles de cerca para evitarse problemas y, sin apenas despeinarse, salir con la cara arriba de la casa de su eterno y más íntimo enemigo. El Atlético, que después de airear tan alto sus deseos de quitarle el título al Madrid, lo que hizo finalmente fue ponérselo en bandeja.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 16 de junio de 2003