Un elefante en la cacharrería. En un mes, Joan Laporta ha pasado de ser el villano responsable de la fractura social del Barça (según el nuñismo más recalcitrante) a encarnar, con gran ventaja, la renovación y el compromiso kennedyanos. ¿Su mayor virtud? La autoconfianza y un equipo construido sobre la amistad, la energía y un deseo de excelencia levantado con muchas reuniones sectoriales entre profesionales deudores de distintas herencias barcelonistas. A eso hay que añadir tenacidad, rauxa y una torrencial falta de modestia. Sólo así se explica que Laporta desoyera los consejos de su padre, su suegro y sus ex compañeros de viaje, notables de una quinta de la que se desmarcó al anunciar su deseo de ser presidente.
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Padre de tres socios, abogado con medios para iniciar una casi total excedencia, Laporta promete dedicar los mejores años de su vida al club. Con una labia de correoso fiscal, Laporta suma background culé, defensa de un catalanismo integrador, perfil renovador y la arriesgada promesa de un horizonte que, a medio camino entre el cuento de la lechera y el estudio de mercado, aspira a situar al Barça en (venga, todos juntos) primera línea deportiva y mediática.
Su triunfo no es sólo la consecuencia de una campaña electoral certera. Ni de la zanahoria mediática en la que ha convertido un preacuerdo con el Manchester. Aunque no fiche a Beckham, Laporta lo ha usado como muestra de un tono desacomplejado y ambicioso, virtudes más apropiadas para un jugador que para un directivo. En la distancia corta, el nuevo presidente desprende una estridente seguridad en sí mismo que se traduce en un carácter competitivo, con ráfagas de vehemencia y un estado de alerta constante. Si admite un error, es a cambio de subrayar el de su interlocutor. Si celebra un acierto, es para rematarlo con otra propuesta. Si no sabe de lo que le hablan, pasapalabra, y busca la próxima pregunta, que el éxito no puede esperar. Su figura ha causado, además de una multigeneracional adhesión, reacciones varias. Desde el temor a la aventura mariocondiana a la antipatía por esa modernidad juvenil, pasando por un desprecio grosero de quienes reducen su complejo perfil al de pijo con pico de oro, una visión que la contundencia de los resultados desmiente.
En el bando perdedor, se contempla la gesta de Laporta con estupefacción. Y eso que le conocían: intentaron convencerle para que dedicara unos años a madurar, pero él prefirió independizarse y aplicar las enseñanzas de su maestro Armand Carabén, el histórico ex gerente del Barça de Montal por el que seguro habrá brindado. Su amistad con Cruyff, su telegenia, su atrevimiento, su ambición y su tendencia a defenderse aunque no le ataquen marcarán su mandato. Hay varias claves para entender su triunfo: la coyuntura (marcada por años de negligencia), la necesidad de una ilusión que ha revitalizado (aunque se haya hinchado con Beckham) el entorno y la estrategia de un Bassat que no supo administrar los valores de un proyecto que apostó más por la responsabilidad que por la ilusión. Quizá los culés han intuido que así como Laporta tiene lo que hay que tener y pulirá lo que le falta (o sobra), Bassat nunca logrará conectar con el alma más futbolera (y puñetera) del club. En estos días vamos a leer hagiografías de Laporta. Suele ocurrir cuando aparece un nuevo nombre en el mercado mediático.
De todas las interpretaciones, sin embargo, la más adecuada para relativizar euforias y depresiones la hizo Boris Izaguirre en La ventana (SER). Dijo que estas elecciones eran un culebrón catalán y que Laporta era el típico abogado seductor y fascinante pero del que, en el fondo, sospechamos que no es tan perfecto como aparenta, como un miembro cualquiera de la familia Gioberti de Falcon Crest. Es una observación que, pese a provenir de un simpatizante del Espanyol, invita a la esperanza, ya que las telenovelas suelen combinar, con una falta de pudor muy culé, dolor y alegría, venganza y redención, fracaso y gloria, memoria y olvido. En otras palabras: viejos y entrañables asuntos de familia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 16 de junio de 2003