No se recuerda una vuelta al campo tan triste, como tampoco una hinchada tan fiel. Encajado el golpe, los 8.000 aficionados de la Real que se desplazaron a Vigo comenzaron a corear el nombre de su equipo, mientras los del Celta organizaban su fiesta fuera del estadio. La alegría del celtismo, desbordada por su primera clasificación para la Champions League, incrementó el dolor de los donostiarras, que llegaron a Balaídos como protagonistas de la fiesta y se tuvieron que conformar con un papel de reparto. Con lágrimas en los ojos, los jugadores y el entrenador del equipo donostiarra regresaron al campo para aplaudir a sus seguidores. Todo un homenaje de dolor.
Cuando Raynald Denoueix encogió los hombros en la sala de prensa de Balaídos, ya había transcurrido un buen rato desde que su fracaso se consumara. Le preguntaron si aún creía en las posibilidades de su equipo, y su gesto ilustró el pesimismo que se apoderó del vestuario blanquiazul. Tiró el entrenador de la Real Sociedad de los tópicos -"mientras hay vida hay esperanza, me ha recordado el entrenador de porteros"- y de un proverbio francés que le puede permite disfrutar del segundo puesto en la Liga, ya garantizado. Con pocas esperanzas vislumbró la posibilidad de compensar a la afición con una victoria en Anoeta frente al Atlético y, tal vez, brindarle el título, siempre que el Madrid tropiece en el Bernabéu.
A juicio de Denoueix, a su equipo le faltó más calidad que experiencia; al contrario que al Celta, del que destacó su sentido práctico. El técnico francés aseguró que sus jugadores no se enteraron de lo que ocurría en el Calderón hasta que el partido estaba a punto de concluir, y que fueron otros asuntos extradeportivos -el familiar de un jugador tuvo que ser atendido por un médico en la grada- lo que centró su atención en el intermedio. De Paula se encargó de contradecirle: "Con el 3-0 del Madrid en el descanso, ya vimos que la cosa estaba difícil".
Para De Paula, el primer gol de Mostovoi fue un lastre demasiado pesado para su equipo. Nadie se hizo cargo del temido miedo a la victoria que, según la costumbre, se apodera del modesto cuando vislumbra el éxito. Es el famoso mal de altura, que tantas desgracias le ha causado al Celta en los últimos años. Quizás necesitaban enfrente los de Vigo a un equipo más temeroso del triunfo, para lograr de una vez por todas clasificarse para la Liga de Campeones.
En cuanto el Celta se distanció en el marcador y los transistores llevaron noticias de la derrota del Valencia, se desató en Balaídos el ritual de la euforia: bufandas agitadas, la ola, la Rianxeira... Demasiada crueldad para la Real Sociedad y sus 8.000 seguidores, que encajaron la fiesta del Celta como un gancho en el hígado. El éxito de los celestes, la solidaridad con la decepción blanquiazul, su valiente reacción... Una ensalada de emociones que anoche hizo un poco más grande a la afición de la Real Sociedad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 16 de junio de 2003