El pasado 21 de mayo acudí a este servicio acompañando a mi hermano que había sido remitido por su médico de cabecera con un P10 urgente por sospecha de una posible trombosis venosa profunda en M-II, siendo atendido por el doctor José Cantalapiedra. La hora de entrada fue a las 18.34 horas. A las 20.30 horas estaban los resultados de las pruebas. A las 21.45 horas pregunto por este doctor y nadie sabe sobre su paradero. El personal de enfermería me informa de que no tiene pendiente ver a ningún otro paciente, excepto a mi hermano.
A las 21.45 horas le veo casualmente en su consulta y me dice que tiene que marcharse y que nos atenderá otro compañero. Este segundo doctor nos atiende a las 22.20 horas, y a su vez consulta con un tercero, viéndose el paciente sometido a explicar su dolencia por tercera vez consecutiva. Salimos de este hospital a las 23.05 horas.
Quiero expresar mi indignación por la actitud inhumana y humillante, con total ausencia de sensibilidad que se supone a este estamento, que debe cuidar con esmero a un paciente al que someten durante dos horas y media interminables, llenas de angustia, preocupación e incertidumbre, con la consiguiente tensión psicológica que se podía haber evitado ya que ninguno de sus compañeros pudieron darme una respuesta que justificara su ausencia del servicio y abandono del paciente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de junio de 2003