Abbas Kiarostami (Teherán, 1940), director cinematográfico de culto, presentó anoche en Roma un espectáculo del folklore religioso iraní, el Ta'ziyè, teatro sacro tradicional de su país, interpretado por actores no profesionales. Una especie de Misterio de Elche islámico, celebrado ante una exquisita platea de intelectuales italianos que aguantaron la lluvia, y los inevitables retrasos de ella derivados, para contemplar el regalo traído por Kiarostami al Teatro India de la capital. La propuesta era audaz pero parte del público abandonó el anfiteatro al aire libre, por la tormenta de verano.
Los espectadores son una pieza clave en el Ta'ziyè, una representación sacra de antigua tradición, ligada a la historia del Islam. El drama que se representa es siempre el mismo: el martirio del imán Husein, sobrino del profeta Mahoma, cuya muerte sin descendencia, en el 632 D.C., provocó una sangrienta guerra en el Islam que dio origen a la gran división entre sunitas y chiítas.
La puesta en escena de anoche manejaba los elementos tradicionales de la representación, quince actores adultos y dos niños, pero mezclaba la escena con imágenes de los espectadores iraníes, contemplando absortos unos, dormidos otros, una de las representaciones de Ta'ziyè. El escenario es simple: una plataforma redonda sobre la que se desarrolla el drama, y un espacio circundante vacío por el que trotan a lomos de caballos castaños los malos, vestidos de rojo, y el mártir Husein, de verde, subido en un caballo blanco. Los espectadores reales, ocupan sus asientes, en un ruedo perfecto en torno a la escena.
Representado en su lengua original (parsi), con la sobriedad que corresponde a un teatro religioso, los espectadores que llenaron anoche el teatro India de Roma, abordaron la representación con un espíritu casi antropológico. El único detalle moderno, fue el uso de grandes pantallas sobre las que se proyectaban los rostros de los espectadores genuinos, los iraníes filmados por Kiarostami.
El gancho fundamental del Ta'ziyè romano era el propio director, conocido en Europa gracias a un puñado de filmes que le han convertido en un realizador de culto en todo el Continente. Películas como ¿Dónde está la casa de mi amigo?, Bajo los olivos, El sabor de las cerezas, y El viento nos llevará, han traído a las pantallas occidentales el aroma de un Irán ingenuo, un país con ritmos de vida todavía humanos, radicalmente distinto al que evocan las noticias de prensa, repletas de historias de ayatolás represivos y retrógrados.
Emociones milenarias
Kiarostami se muestra en esta nueva faceta artística (que se suma a otras ya desarrolladas como la dirección cinematográfica, la poesía y la fotografía) igualmente interesado en difundir la cultura de su país, los ritos religiosos milenarios que siguen interesando y emocionando al pueblo iraní. La elección del Ta'ziyé puede considerarse una apuesta arriesgada que Kiarostami explica así: "Hace unos dos años, Giorgio Albertazzi
[director del Teatro de Roma, que patrocina esta iniciativa junto al festival de Taormina] me propuso dirigir una obra de Shakespeare. Después de estudiarlo mucho, llegué a la conclusión de que no habría podido añadir nada nuevo a lo que se ha hecho ya con este dramaturgo. Así que le prometí traer como regalo a los italianos, un nuevo montaje en el que venía pensando desde hacia tiempo".
Un montaje que reduce considerablemente la representación de esta especie de auto sacramental islámico, (de cuatro horas a una hora y media) que, como el propio director reconoce, "puede resultar cómico, para los espectadores del teatro clásico que se interesan sólo por la forma". Los más habituados a este tipo de tragedia escénica, disfrutan, sin embargo, con el drama que se desarrolla.
Kiarostami reconoce su afición por el Ta'ziyè desde la infancia, porque, como recuerda, "no había otro tipo de espectáculo". Dice que lo descubrió "mucho antes que el cine, que no he visto hasta los once años, mientras mis primeros recuerdos del Ta'ziyé se remontan a cuando tenía seis o siete. Aparte de que para ver este espectáculo, en la calle, no había que pagar".
El resultado de la combinación de teatro tradicional e imágenes cinematográficas es un híbrido curioso, "cercano a una instalación" artística, dice el creador iraní. Un esfuerzo de divulgación cultural que el espectador occidental está condenado a no poder apreciar hasta el final. Los cantos, los rezos, y las largas parrafadas en parsi no ayudan a entrar en un drama que se intuye ingenuo, una especie de reliquia incomprensible. Pero la emoción procedía enteramente de las imágenes filmadas por Kiarostami.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de junio de 2003