La vida y el asesinato por los franquistas en agosto de 1936 del político Blas Infante, alma del movimiento andalucista, concierne a todos y era necesario desplegarlo en pantalla sin dejar nada al azar, resolviendo cada idea, cada personaje, cada plano y cada conjunto de planos con alto nivel interpretativo y en imágenes bien construidas y con garra narrativa y dramática.
Sólo de haber sido así podríamos decir que en España hemos visto en una pantalla, y muchos españoles conocer a través de ella, a esta figura de nuestra historia, que presumo es mucho más ignorada de lo que merece. La parcela de desconocimiento que estaba a mano remediar por Una pasión singular, que pretende ser un relato biográfico completo de Blas Infante, era por lo dicho ancha y honda, seria, grave, de las que requiere derrochar responsabilidad y buen oficio en todos los territorios -ninguno fácil- que hay que transitar para hacer cine bien hecho. Pero no es éste el caso de Una pasión singular, que es un filme con sabor a trabajo endeble, balbuciente, que se queda muy por debajo de donde promete, y no logra, llevarnos.
UNA PASIÓN SINGULAR
Dirección: Antonio Gonzalo. Guión: Antonio Onetti y Gonzalo. Intérpretes: Daniel Freire, Marisol Membrillo, Juan Diego, María Galiana, Manuel Morón, Antonio Dechent, Manuel de Blas. España, 2003. Género: drama. Duración: 94 minutos.
El filme está sólo hilvanado, su acabamiento es falso. Tiene brillo, pero es sólo exterior y carece de armazón, de consistencia interior. Si el guión es endeble y está mal construido -es fácil ver la torpeza, la falta de acierto de las medidas temporales con que se combinan las acciones y las rememoraciones-, su puesta en pantalla es muy elemental y no va casi nunca más allá de una simple lectura escenificada o filmada. Sólo es posible salvar de este mal rasero algunos momentos fugaces -reencuentro de los esposos tras su separación, la última cárcel y el asesinato de Blas Infante, y pocos más- que despiden algunos, pero pocos, destellos de tensión y emoción, de fuerza de arrastre y contagio, de superación del fingimiento y la conversión de éste en ficción, en relato, en drama, en poema.
Hay en Una pasión singular continuas reducciones de la imagen a estampa, a paisaje y a juego de figuras sin creación de tiempo interior. Y hay también reducciones del diálogo a simple lectura, no a expresión visceral y anímica de los personajes, porque éstos no acaban de estar construidos como entidades dramáticas, como personas. Y de ahí que los intérpretes den la impresión de encontrarse desorientados y sentirse incómodos dentro de unos diálogos que no dicen como suyos propios, sino como palabras ajenas que han memorizado pero no incorporado a su identidad y su expresividad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 20 de junio de 2003