La fotografía se ha impuesto sobre otros medios artísticos en la oferta cultural del verano londinense. Cindy Sherman reúne parte de sus autorretratos en una muestra retrospectiva y Francis Giacobetti expone la serie inédita de retratos que le hizo a Francis Bacon poco antes de su muerte, en 1992. Incluso la Tate Modern se apunta a la explosión fotográfica con una revisión del realismo en el siglo XX.
Nunca antes la fotografía había dominado Londres con tanta fuerza como este verano. Las principales instituciones de arte contemporáneo han coordinado sus agendas para ofrecer una exhaustiva panorámica de los más influyentes fotógrafos. La estadounidense Cindy Sherman es el sujeto y objeto de su obra. Se dio a conocer a mediados de los años setenta con Murder mistery people, una serie de 17 fotografías de personajes aparentemente extraídos de una película policiaca. Desde la esposa borracha y el marido celoso a la madre del difunto, la doncella y el detective. Pero detrás de todos los personajes se esconde la misma persona: la propia artista, que adopta la doble función de fotógrafa y fotografiada.
Sherman se fotografía a sí misma en diferentes poses, disfraces, actitudes y situaciones sin caer en el estricto autorretrato. Documenta, en cambio, estereotipos humanos a partir de una figura solitaria, cuyo significado deja en manos de cada espectador. "Me gusta que la gente fantasee sobre la vida de una persona o sobre lo que está pensando", ha comentado.
La galería Serpentine muestra la última creación de esta artista de 49 años. Ha creado una serie de payasos en respuesta a los atentados del 11 de septiembre, una tragedia que le anunció el fin de la ironía, según explica en una entrevista reciente. "Los pasayos", dice, "tienen un sentido subyacente de tristeza pese a que intentan animar a la gente. Son tristes, pero también son histéricamente alegres".
Frente a los mil rostros de Sherman, la galería Marlborough se centra en un único creador: Francis Bacon. Francis Giacobetti, fotógrafo francés de origen corso, se aproximó al pintor un año antes de su muerte, en 1992, con el propósito de añadir una pieza más a su serie de grandes personalidades mundiales, entre ellas García Márquez, el Dalai Lama y Akira Kurosawa. El núcleo de la colección son tres tomas del retratado: de la cara, las manos y el iris de los ojos.
Los retratos de Bacon evocan las composiciones del desaparecido creador. En Tríptico con colchón, la imagen se difumina recordando el movimiento que el pintor lograba en sus cuadros. El grito es una versión bastante exacta del gesto con el que el pintor representaba el dolor. "Nacemos con un grito y quizá el amor es una mosquitera entre el miedo a vivir y el miedo a morir. Ésa fue una de mis genuinas obsesiones. Los hombres que yo pintaba estaban todos ellos en situaciones extremas, y el grito es una transcripción de su dolor", dijo Bacon al fotógrafo. El recorrido fotográfico continúa con Cruel y tierno, una panorámica del realismo en el siglo XX a través de fotógrafos que se exhibe en la Tate Modern. Además de los espacios habituales de fotografía, el Museo Victoria & Albert acaba de inaugurar una sala dedicada al arte fotográfico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 23 de junio de 2003