Una riada de aficionados blancos -100.000 al final, según fuentes policiales-, con bufandas y banderas, comenzó a fluir por el paseo de la Castellana a las 22.30, 15 minutos antes de que acabarara el encuentro-festín del Bernabéu. Sólo cinco minutos antes las calles que colindan con la plaza de Cibeles resultaban un manso reducto de espera, tanto para los aficionados que iban cercando el monumento de la diosa, como para los 600 policías que custodiaban el mantenimiento del orden y la integridad de la estatua. El dispositivo de las fuerzas del orden parecía la antesala de una fiera batalla.
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En un tramo de 100 metros comprendido entre las plazas de Colón y Cibeles, cerca de 20 furgones policiales representaban perfectamente la intensidad de la fiesta que se avecinaba. Todavía circulaban por la Castellana pequeños grupos de adolescentes y no tan adolescentes que no cesaban de repetir consignas para mayor gloria de su equipo. Con la mirada clavada en cada uno de los seguidores que poco a poco convertían Cibeles en una plaza tomada por el madridismo, policías nacionales y municipales parecían presagiar una dura jornada de trabajo durante toda la noche. Alrededor de la fuente, una mampara de metacrilato de más de cinco metros de altura protegía su inmunidad. Cerca de 10 agentes circulaban en torno a ella. Arriba, un juego de luces moradas y verdes coloreaban la plaza y pintaban de fiesta los gritos de los aproximadamente 1.000 seguidores que a las 23.30 ya no dejaban ni un hueco vacío en las inmediaciones de la céntrica plaza.
Por la calle de Alcalá, el paseo de la Castellana, tanto desde Atocha como desde Colón no dejaban de desfilar ciudadanos cada vez más ruidosos y más felices por la conquista de la 29 Liga del Real Madrid. De todos los lugares de España, y especialmente de todos los rincones de la periferia de Madrid, llegaban aficionados con el ánimo incorruptible de continuar la fiesta hasta altas horas de la madrugada. Luis, natural de Getafe, apareció por la plaza de Cibeles acompañado de toda su familia, mujer y tres hijos. Todos iban enfundados en camisetas del Madrid y todo un repertorio de prendas con la insignia madridista.
A media noche no se habían registrado incidentes de consideración. Tan sólo esporádicas carreras de numerosos hinchas que intentaban zafarse de los petardos. Las fuerzas del orden y las unidades del Samur permanecían expectantes. "Ya llegará el trabajo", puntualizó uno de sus portavoces. En el habitual recinto de la feria madridista, únicamente la hilera por la que debería pasar el autocar con los jugadores campeones, seguía intacta. El coche festivo hizo su llegada a las 0.45, con los jugadores desgañitados en lo alto del vehículo descapotable. Luego, el baile de todos los jugadores con los acordes del We are the champions, hizo el delirio. Helguera, en calzoncillos, fue de los más desatados. Ya en la pasaralela que protegía a la diosa, Hierro intentó negociar que al menos uno de ellos pudiera escalar la estatua. La policía insistió en su negativa, lo que provocó una discusión entre Raúl y un agente. Con caras de mal humor, apenas un cuarto de hora después de iniciada la fiesta, el autobús tomó las de Villadiego con los futbolistas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 23 de junio de 2003