En el verano de 2002, después de clausurar de modo desquiciado el viaje de la selección española por el Mundial de Corea y Japón, Fernando Hierro compareció ante los medios de comunicación -con los que siempre ha mantenido una relación demasiado fluctuante- para cerrar su trayectoria en el combiando nacional. Pero también manifestó que continuaría en el Real Madrid hasta que su cuerpo, de 34 años entonces, aguantara o hasta que alguien del club le agradeciera los servicios prestados. Seguramente en la imaginación del central de Vélez-Málaga no cabía la forma en la que queda sellada su estancia en el Real Madrid. Airados por los desmanes que el capitán protagonizó la noche del domingo, tras la consecucución de la 29ª Liga, algunos miembros de la Junta Directiva abogaban por eliminar las gestiones para la renovación del malagueño. Y la respuesta no se ha hecho esperar.
El presente ejercicio ha ensangrentado el debate sobre la solvencia de Hierro en defensa. Frente a la Real Sociedad o el Juventus el veterano central cuajó pésimas actuaciones y en la grada voló como un Concorde la sensación de que la zaga, sobre todo Hierro, necesitaba un reemplazo. Los números demostraban que la pareja Helguera-Pavón resultaba más fiable. Hierro acaba de recuperarse de una lesión de rodilla y las críticas no le sentaron bien. Si el lenguaje corporal y la expresión de los ojos arroja mensajes inconfundibles, la pose de Hierro el día que el Real Madrid hizo oficial la contratación de Beckham revelaba incomodidad y hartazgo. "No me apetece dar una opinión sobre Beckham", declaró.
Para el vestuario del Real Madrid, y especialmente para su inseparable Raúl, ha caído su alma mater. Para Florentino Pérez, el gran jefe, ha caído su principal discutidor. Poco le importará que se trate de un central, ese puesto que hasta la fecha se ha negado a reforzar de forma tajante.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 24 de junio de 2003