No soy hincha del Real Madrid y no soy aficionado al fútbol, pero tengo un sobrino de 11 años que sí lo es y que tiene como uno de sus máximos ídolos a Raúl, jugador de este equipo.
Me preocupa que mi sobrino pudiese contemplar por el televisor la actitud de Raúl celebrando el triunfo de Liga la noche del 23 de junio, cuando a la plantilla del Real Madrid se le impedía el paso hacia la Cibeles: Raúl, con gesto de ustednosabeconquienestahablando interpelaba al policía que le cerraba el paso y pedía ponerse en contacto con el alcalde de Madrid, solicitando un teléfono móvil.
La actitud de un ciudadano normal ante una prohibición que le disgusta no debería ser echar mano de las supuestas influencias políticas, no es intentar que la autoridad competente le permita saltarse la norma por muy rico y famoso que se sea.
No son los valores que me gustaría que mi sobrino percibiese como correctos, pero, si los observa en personas del ascendente de Raúl, tengo la batalla muy perdida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 26 de junio de 2003