Por motivos laborales he estado la semana pasada cinco días en Barcelona. La ciudad está que se sale: bien cuidada, buena oferta cultural y turística y una sociedad abierta y multicultural.
En Barcelona desde hace años gobierna en el Ayuntamiento una coalición de izquierdas, un gobierno municipal que se ha ocupado de los barrios, de rentabilizar las grandes inversiones de 1992 y de hacer de una macrourbe una ciudad habitable.
Vuelvo a Sevilla, donde, por fin, va a gobernar una coalición de izquierdas, y qué me encuentro: una ciudad cateta donde impera la chaqueta azul, una ciudad sucia y descuidada, una ciudad sin ningún atisbo cultural, una ciudad con unos barrios dejados a su suerte y una ciudad donde las grandes inversiones de 1992 están cubiertas de polvo y jaramagos.
Autoridades locales de Sevilla: miren a Barcelona, comprueben qué puede hacerse con un urbanismo no especulativo, que las calles pueden estar limpias y los jardines cuidados, que la cultura no es sólo exaltar santos y que los barrios también existen. En suma, una ciudad para vivirla y que nos sintamos orgullosos de enseñarla a nuestros amigos de afuera.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 27 de junio de 2003