Corre el minuto 72 de la primera semifinal de la Copa de las Confederaciones, entre Camerún y Colombia, que concluiría con el triunfo de la selección africana por 1-0 (Francia se impuso en la segunda, en París, a Turquía por 3-2). El jugador número 17 de Los Leones Indomables cae en el medio del rectángulo, en el círculo central, sin que haya mediado ningún choque. Es Marc-Vivien Foé, de 28 años, casado y padre de tres hijos. Pertenece al Olympique de Lyón, la ciudad donde casualmente se juega el partido, aunque esta temporada ha actuado cedido en el Manchester City.
Tendido sobre el césped, los ojos en blanco, las mandíbulas apretadas..., Foé parece haber sufrido un colapso. Pero pasan unos segundos larguísimos hasta que sus compañeros, los rivales y el árbitro comprenden que si está inmóvil no se debe a haber recibido un golpe o a su voluntad de simular una lesión para perder tiempo dado que su equipo va ganando. Los servicios médicos acuden entonces con celeridad e intentan liberar sus vías respiratorias. Lo primero que hacen es introducirle un tubo de plástico en la boca para evitar que se asfixie con su propia lengua.
Durante seis minutos Foé permanece caído. Luego, en camilla, es conducido al centro clínico del estadio, excelente y moderno, no en vano se remodeló precisamente con vistas a la Copa del Mundo de Francia 98. Una hora después, sin embargo, el médico de la FIFA, el suizo Alfred Müller, comunica a los periodistas la muerte del centrocampista. "Es demasiado pronto para determinar las causas exactas de su fallecimiento", añade Müller tras precisar que se había intentado su reanimación cardiaca durante 45 minutos. La autopsia las dictaminará. Otro galeno apunta que "los servicios del estadio tardaron un poco en realizar los gestos adecuados en un caso así. Sin duda, estaban sorprendidos. No podían imaginar un ataque al corazón en un joven deportista". El del cuadro colombiano añade que en los instantes previos a derrumbarse había dado un cabezazo al balón.
La Copa de las Confederaciones es una competición creada por un multimillonario saudí y que la FIFA terminó adoptando como propia. Enfrenta a los campeones de las distintas zonas futbolísticas. Pero, dentro de un calendario sobrecargado, sólo parece responder a la necesidad del máximo organismo mundial de aumentar sus ingresos. Los jugadores, cómo no, llegan a ella pasados de forma, en algunos casos a mitad de sus vacaciones y en otros a costa de no tomarse un descanso justamente a la conclusión de sus campeonatos nacionales. Además, esta vez, al ritmo de un encuentro cada dos días, venía desarrollándose en medio de temperaturas altísimas, rondando los 40 grados, como ayer mismo, pues este junio es el más caluroso en Francia desde hace 50 años.
Foé jugaba en Francia desde los 18 años y había conquistado el título de Liga de este país con el Lens, en 1998, y con el Lyón en 2002. Era un atleta potente que medía 1,90 metros y pesaba 86 kilos. También había jugado en la Premier League inglesa. En el West Ham en 1999 y 2000 y en el Manchester City en este último curso. En este club había disputado 35 partidos, sólo tres menos que el que más, el francés y ex madridista Anelka. Ahora, en la Copa de la que su selección se proclamó ayer finalista, había afrontado tres más en apenas siete días: contra Brasil, con 64 minutos en juego; Turquía, los 90, y Colombia, 72. Tan sólo había faltado al anterior al de ayer, frente a Estados Unidos, cuando su conjunto ya tenía asegurada su condición de semifinalista. Era su 64ª cita internacional y llevaba ocho goles marcados con la camiseta verde.
La emoción en las gradas y el césped fue enorme. Por la tragedia en sí y porque su víctima era un futbolista conocido y apreciado por el público. El alcalde de Lyón, Gérard Collomb, recordó que "Marc-Vivien había ofrecido a la ciudad la camiseta con la que su equipo acababa de ganar la Copa de África".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 27 de junio de 2003