Hubo polémica, pero política. Es decir, en un país en el que todos los partidos usan el arte como una forma de propaganda, incluso podría parecer una anomalía que uno de ellos se atreviera a levantar el dedo contra este tipo de uso del arte. El PP lo ha hecho con respecto a La Perritxola, de Offenbach, con que Dagoll Dagom inauguró la noche del miércoles el festival Grec de Barcelona. Concretamente, Alberto Fernández Díaz, portavoz popular en el Ayuntamiento de Barcelona, lo ha considerado, tratándose de dinero público, "un insulto" para sus votantes. La buena noticia es que, al otro lado del espectro político, ha habido otros que han considerado que nada malo había en que las opiniones políticas se expresaran, incluso en forma de sátira salvaje, en un montaje de estas características.
Lo cierto es que lo que falla en esta versión de La Perritxola (sin entrar en la política) se encuentra en el planteamiento mismo del espectáculo, en el trabajo que han realizado Xavier Bru de Sala (adaptación del texto) y Juan Lluís Bozzo, Anna Rosa Cisquella y Miquel Periel (dramaturgos), que han querido llevar la sátira hasta un presente tan concreto, tan circunscrito al chapapote y a la guerra de Irak, que al final acaban teniendo que rizar el rizo para que las cosas les cuadren.
Sátira política
La historieta da para la sátira. En el Perú hay un virrey a quien le ocultan la opinión pública a golpe de adulación. Un virrey que, además, se dedica a seducir a las más hermosas muchachas del lugar. En la figura de la Perritxola, mujer de un artista callejero, el virrey encuentra no sólo a una fémina deseable, sino a alguien que le canta las verdades. Pero la Perritxola está enamorada de su hombre y sólo cede, al principio, por hambre. La opereta da, en este punto, un vuelco hacia un humor de cuernos (que es, sin duda, lo mejor del espectáculo) y ya no recupera el tono político sino en el tramo final, cuando la Perritxola trata de escapar de las garras del virrey, que, desengañado, termina sus días bebiendo para olvidar, es decir (ése es el tono de la sátira), "tirándose a la Botella".
Es una pena que la sátira se les vaya tan escorada hacia el chiste barato, porque el punto de partida es excelente. La misma escenografía resistiría la embestida del mal gusto si el texto lograra anclarla en esa estética de postal que todos soportamos en el tardofranquismo. Bozzo habla del Celtiberia-show de Carandell, que la escenografía de Montse Amenós y el vestuario de Antonio Belart resumen en una silueta de España pintada en rojo y gualdo y en los trajes regionales de folleto turístico. De haber seguido por ahí, no hubiese sido un panfleto político, sino una sátira incisiva de lo que somos. Con todo, sí es cierto que ni Alberto Fernández Díaz podrá tener nada en contra del espléndido trabajo de los actores. La pareja protagonista, formada por Marta Marco -la Perritxola- y Xavier Bertran -Piquillo, su enamorado-, está sencillamente espléndida y, de hecho, fueron ellos quienes se llevaron los aplausos del montaje.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 27 de junio de 2003