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Crónica:

55.000 espectadores se rinden a la leyenda Stones

Los Rolling consuman en Madrid una gloriosa segunda jornada de su gira española

Una vez más, la leyenda pudo más que la biología, y el cuarteto británico demostró estar en posesión del elixir de una eterna juventud que siempre se manifiesta con los mismos arrebatos de diversión y gusto por la música. Jagger, Richards, Watts y Wood hicieron anoche en el estadio Vicente Calderón, de Madrid, otra de esas actuaciones que marcan época para las varias generaciones de espectadores españoles que ya, como en el anuncio de la televisión, confunden las visitas de los Rolling Stones a la capital. Ésta estuvo marcada por una pésima política de acceso al estadio, lo que hizo que casi 20.000 de los 55.000 espectadores literalmente se atascaran a las puertas del recinto y se perdieran la actuación de los teloneros, The Pretenders.

La curtida Chryssie Hynde, líder de The Pretenders, salía a eso de las ocho y media de la tarde ataviada con unos vaqueros y una camisa roja, exhibiendo una sonrisa de chica inteligente y al frente de una banda con la que hizo un repaso de cuarenta y cinco minutos a lo más conocido de su discografía. Message of love, Back on the chain again o Don't get me wrong fueron algunos de los temas con los que el grupo hizo a los asistentes olvidar por un rato el calor sofocante que reinaba en la veraniega noche madrileña.

Tras Pretenders, un esforzado equipo de asistentes se dispuso a preparar la estructura escénica sobre la cual la más grande banda de rock and roll del mundo iba a deleitar a los asistentes con diecinueve grandes éxitos de su larga discografía. Mientras la hora llegaba, el palco vip era un trasiego de políticos de uno y otro signo -Txiqui Benegas o Pío Cabanillas-, cantantes, actores, misses y hasta Germán Mono Burgos, portero del equipo local, quien miraba hacia el escenario con cierta expresión de sana envidia.

Por fin sonó la hora esperada y, tras una columna de humo, irrumpía Keith Richards para arrancarse con Brown sugar y capitanear la entrada de la banda. El último en aparecer en escena fue Mick Jagger, quien, desde el primer compás, jaleó a los asistentes para que movieran los brazos y saltaran con él. El escenario se revelaba una especie de plató de televisión por el que deambulaban los músicos, bastante menos dinámicos que en anteriores visitas, todo hay que decirlo. A los sones de Start me up, Jagger se quitaba la primera chaqueta de la noche y dejaba admirar su tipito de torero para regocijo del personal, que, para entonces, ya estaba en auténtico éxtasis.

Menos saltarín que de costumbre, Mick Jagger sigue conservando un dominio escénico que le convierte en el mejor maestro de ceremonias, capaz de encender a la multitud con uno solo de sus golpes de cadera, sus ademanes o su provocativos gestos. Además, tanto él como el resto del grupo están tocando en esta gira sin la obligación de tener que presentar un disco nuevo, y eso se nota en un directo más suelto y caliente.

La temperatura subiría aún más con You got me rockin, momento en el que el cantante da su primer paseo por la escalera central y la larga pasarela que sale del centro de la boca del escenario. Al terminar llega el momento de saludar en castellano con el texto que Mick podía leer en dos monitores situados en la boca del escenario. "Vamos a mover el esqueleto". Dicho y hecho, ya que el medio tiempo dulzón de Don't stop es ideal para promover el vaivén. Pero las ganas de marcha duran poco, ya que Mick confiesa que quiere ponerse romántico, y una guitarra acústica ataca el principio de Angie, canción que más de uno de los asistentes confiesa haber bailado agarrado alguna vez.

Una enorme pantalla de vídeo muestra audiovisuales y primeros planos de la banda, que va cambiándose de ropa cada tres o cuatro temas. El que más, como siempre, Jagger. Un You can't always get what you want un tanto frío deja paso a uno de los momentos de blues de la noche con la interpretación de Midnight rambler. Mick hace su papel de merodeador callejero y toca primero rápido y luego lento al modo de Muddy Waters, a quien luego homenajeará en el escenario pequeño interpretando Mannish boy.

Keith Richards también tendrá su momento de voz solista con la interpretación de dos canciones, la última de ellas un Happy que mostrará el nivel de conexión que el guitarrista diabólico de los Stones tiene con el publico español. Tras el juego de dados con la suerte de Tumbling dice, la banda cruza la pasarela y los Rolling Stones se la juegan a la distancia corta con Street fighting man y un préstamo de su viejo amigo Bob Dylan: Like a rolling stone. Jagger sopla la armónica de modo potente, y Richards y Wood dan saltitos, queriendo demostrar que la edad no es la que marca el reloj, sino el corazón.

Poco a poco se va aproximando el final de la celebración, y el grupo entra en una traca final de grandes éxitos que son todos ellos acompañados por el coro y las palmas de los encantados asistentes. De Gimme shelter se pasa con rapidez a un It's only rock'n'roll acelerado y la suerte desemboca en el himno Satisfaction, que sin lugar a dudas deja a todo el mundo encantando pero con ganas de más. Como bis y antes de los consabidos fuegos artificiales, resuena el riff infalible de Jumping Jack Flash y el espectáculo concluye con una pregunta en los corazones de todo el público: ¿será esta vez la última?

Ése es parte del tremendo influjo de sus Satánicas Majestades: dar en cada concierto algo grande con olor a despedida y, sin embargo, retener consigo un energía tal que hace plantearse incluso al más escéptico si, dentro de unos años y cuando anden cerca de los setenta, también serán capaces de encender los rescoldos de una magia que parece no tener nunca final. Debe ser que el diablo también parece sentir simpatía por ellos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de junio de 2003