ME HE VENIDO A ETIOPÍA a reflexionar porque necesitaba mirar las cosas con distancia, ver en qué fallé para que me dejaras de hablar, Bicoca. No soy la misma, Bicoca, sin tus llamadas de teléfono, sin esos paseos que nos dábamos por la Castellana. Tú llevando a Cayetano de la correa y yo a Chiquitín, las dos esperando a que nuestros tesoretes hicieran popo en el liquidambar que hay en la puerta de Embassy. Nuestro liquidambar, decías tú. Sé que te enfadaste por aquel artículo que escribí metiéndome con Ana Botella. Ya lo siento, Bicoca. Y desde tan lejos, te comprendo aún más. Es muy noble hacer lo que tú hiciste, salir en defensa de una amiga. Lo entiendo porque cuando recibo cartas de lectores que dicen que no entienden cómo me codeo con una pija repelente que roza el ultraderechismo, a mí me duele. Y te defiendo con uñas y dientes. Hablando de dientes, Bicoca, resulta que para venir a Etiopía me documenté un poquillo, ya sabes, esa parte intelectual que tú tanto detestas. Me traje para el viaje el libro de Javier Reverte Los caminos perdidos de África. Sé que nunca lo leerás, para ti la literatura se acaba en Alfonso, como tú le llamas (Ussía). Por cierto, le saludé el otro día en lo del Mariano de Cavia y se me olvidó pedirle un libro dedicado para ti. Sé que sería un primer paso para que me perdonaras, Bicoquilla. Pero a lo que iba, que hablando de dientes, Reverte cuenta que por las noches las hienas se acercan a la periferia de las ciudades y a veces se comen a la gente. Pensé que se tiraba un poco el rollo, porque los escritores son capaces de todo por echarle un poquito de morbo a la cosa, pero desde aquí te lo digo, Bicoca, la otra noche, en una ciudad que se llama Jima, las hienas no me dejaron dormir. Se pasaron la noche ladrando debajo de la ventana. Eso como que acojona, ya sabes que mi espíritu aventurero se acaba en el paseo de la Castellana, en el Bernabéu concretamente. Por cierto, que aquí todo el mundo está al tanto de la Liga. Me estaba hablando un amigo etíope del último partido de la Liga, que retransmitió aquí la televisión nacional, y yo le dije, por tirarme un poco el rollo, que Figo se corta el pelo en la misma peluquería que yo y creo que le impresioné bastante. Hay que buscar puntos en común con la gente. Tambien creí, por ejemplo, que Reverte estaba de coña cuando cuenta que se pasó el viaje oyendo Macarena en el taxi etíope. Pues no, Bicoca, era radicalmente cierto. Yo también he cantado Macarena con un chófer etíope en medio de un camino perdido de África. Yo sola no, con Emilio Urberuaga, el dibujante; con Santos Cirilo, el fotógrafo de ese periódico que tú no lees, y con Paloma Escudero, la de Intermón / Oxfam que nos ha traído aquí. Y los cuatro, con el etíope cinco, cantábamos Macarena con todos sus gestos mientras pegábamos botes por caminos de tierra. Me ha traído aquí Intermón, se ve que piensan que todavía soy recuperable para las causas solidarias, y que puede hacer buen efecto entre la población española que una mujer tan petarda como yo se sume a una causa justa, aunque me han tenido que poner dos profesores particulares para que entienda qué es eso del Comercio Justo, dado que se quedaron algo preocupados cuando escribí que el comercio justo era comparar los precios de Chanel con los de Zara. Conste que para mí el precio justo sólo era el recuerdo de aquel programa de nuestro tristemente desaparecido Joaquín Prat. Aunque son muy tolerantes y piensan que para su campaña incluso les puede servir haber elegido a una embajadora que siembre el caos. De momento, como yo digo, las ayudas humanitarias empiezan por uno mismo, e Intermón / Oxfam me ha dejado un ordenador etíope para escribirte esta carta. Por miedo a que no te llegue por correo normal, aprovecho el espacio del periódico para escribirte. Ya sé que tú no compras EL PAÍS, Bico, pero intenté contactar con Luis María para que me publicara esta carta en La Razón (que hubiera sido lo suyo) y después de tres intentos infructuosos pensé: que le den. También lo he pensado con respecto a mi santo, porque le he llamado cientos y cientos de veces, y me dirás tú dónde se mete este hombre que no está en su casa. Estoy supermosca, Bico, y pienso que tienes razón, que este hombre no me merece. He llegado a la conclusión de que el tío retorcido me animó a venir a Etiopía porque sabe que es casi el único país del mundo en el que no puedes utilizar las tarjetas de crédito. Imaginarás la nostalgia que tengo de España, con sus innumerables cajeros (ay, mi cajero porno). Ya te digo, igual que el Papa besa tierra cuando llega a los aeropuertos, yo nada más llegar es que me voy a tirar a un cajero (automático, entiéndeme). Bicoca, esto es una carta de amor. Reconozco que me ha quedado un poco bollo, a qué negarlo. Será que tengo nostalgia de haberme perdido en España el Día del Orgullo Gay. Es que soy megasolidaria, sobre todo para las fiestas. Bicoca, por una vez y sin que sirva de precedente, compra EL PAÍS, y perdóname. Tuya, Lindurri.
P. D. Tanto vacunarme contra los mosquitos y al final casi me rompo la crisma colocando la mosquitera. Urberuaga se subió en una silla encima de la cama y yo mientras sujetaba las patas para que no se esmorrara. Al final perdimos el equilibrio y nos quedamos los dos uno sobre otro en el lecho. No pasó nada, sabes que soy superfiel. Y lo que tú dices, Bico, ese individuo no se lo merece. Soy más tonta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de junio de 2003