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Análisis:FÚTBOL | La nueva era del Barcelona

Felices 41

Beckham llega esta semana a Madrid mientras que en Barcelona no se espera a nadie más que a Rustu. Hiddink y Koeman continúan en Holanda al tiempo que Rijkaard veranea en Aruba, entregado a Txiki y a Rosell, que son los que le montan el equipo, como debe ser en un club organizado, que es lo mismo que decir que no depende del entrenador. Y de la T, que significaba invertir 50 millones en dos cracks y tres jugadores excelentes, se ha pasado a la M de miseria, que comporta prescindir de De Boer y reducir el sueldo a los jugadores, empezando por Cocu y Kluivert, porque sus contratos lo permiten, y acabando por Puyol y Luis Enrique, ni que sea por compromiso con el club, pues a tirar del carro debe ayudar todo el mundo.

El goteo de malas noticias es constante en el Camp Nou y, sin embargo, nadie reprocha a los directivos que después de pensar en una entidad grande durante la campaña actúen como una junta pequeña. Pueden oírse ciertas quejas y algunos sospechan que la sombra de Cruyff es más alargada que la de Núñez en su día, pero nadie pone el grito en el cielo. Y no es sólo una cuestión de fatiga después de tanto cambio y ganas de que la cosa vaya bien, sino de confianza, de credibilidad, de cuantos intangibles sea menester.

Víctima del materialismo, el Barça se ha dado cuenta a la hora del inventario de que no tiene un duro y jugará la UEFA. ¿Qué le queda? Una junta de la que presumir ni que sea por la salud que desprenden sus directivos ante la enfermedad del club. En lugar de blasfemar de la institución, llorar o ignorar su mal, la directiva de Laporta, que ayer cumplía los 41, dedica los mejores años de su vida a sanearla. No le han hecho un hueco, sino que lo han dejado todo por el Barça, y se les nota porque dominan la escena y el tempo: de la excitación electoral del candidato han pasado al sosiego del gobernante con una política que funciona con sentido común y, a veces, por simple oposición a la de Gaspart.

A la espera de que nazca el equipo, la estrella está en el palco, de manera que la gente asume que con Laporta habrá que ser exigente pero no impaciente. La fortaleza del club está en su presidente. El socio se siente representado y el futbolista sabe que una cosa es que no le interese el Barça y otra jugar en Camp Nou, algo que no tiene precio. Por ahí se empieza. Hay que hacerse valer.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 30 de junio de 2003