Un año disputando finales del Grand Slam y atesorando títulos y... sólo reciben silbidos. "Es la historia de mi vida", exclamó la estadounidense Serena Williams en Roland Garros tras ser derrotada por la belga Justine Henin. Pero su vida y la de su hermana, Venus, la diseñó su padre, Richard, y la han modelado ellas. "Recogen lo sembrado", dice el argentino Carlos Rodríguez, el entrenador de Henin.
Serena, que ayer superó a su compatriota Jennifer Capriati, y Venus, que lo hizo lo propio con la también norteamericana Lindsay Davenport, parecen dispuestas a seguir tensando la cuerda de sus éxitos. Pero los nueve trofeos grandes que atesoran entre ambas no ha evitado que un sector importante del público sienta animadversión hacia ellas.
"Si los aficionados franceses, muy educados, acabaron pitando a Serena es porque algo no funciona", explica Henin -Arantxa Sánchez también salió en su día con lágrimas de la pista central pese a haber ganado-. Y agrega: "Cuando Justine superó a Serena este año, en Charleston, en su propio país, decenas de personas nos felicitaron. Nadie en Bélgica habría dado su apoyo a Serena si hubiese vencido a Justine. Hay algo que no gusta de las Williams y no tiene nada que ver con el racismo".
Rodríguez cuenta que en otro torneo Serena y Venus pasaron junto a Henin y le dieron un golpe con una bolsa: "Lejos de disculparse, se rieron de ella metros más allá. No tienen respeto a las demás jugadoras".
Desde el principio, las Williams formaron un círculo cerrado y acusaron a sus rivales de racistas. Richard no ayudó con su egolatría familiar: "Sólo Serena puede evitar que Venus sea la número uno" y "Venus, por su calidad, debería jugar contra los hombres".
Tampoco ellas se hacen las simpáticas. Por eso hubo cierta sorna ayer cuando ambas, ganadoras el año pasado, fueron eliminadas en octavos de final de dobles por las rusas Elene Dementieva y Lina Krasnorutskaya, 6-3, 3-6 y 7-5.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 2 de julio de 2003