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Necrológica:

Herbie Mann, precursor del mestizaje cultural

El flautista Herbie Mann falleció en Pecos (Estados Unidos) a causa de un cáncer de próstata.

Herbert Jay Solomon (Nueva York, 1930) se inició musicalmente a los nueve años con el clarinete, pero pronto se pasó a la flauta. Se curtió durante los tres años que duró su servicio militar en Trieste (Italia), y algo del fogoso espíritu latino debió de llevarse a Nueva York porque, enseguida, recibió jugosas ofertas de trabajo, y hasta fue comisionado por el Departamento de Estado de su país para realizar una gira por 15 países africanos. Su música de entonces permanecía más o menos adscrita a una forma de bop suave y melódico, pero lógicamente la experiencia africana, unida al impacto de dos visitas a Brasil, le abrió a un mundo de posibilidades expresivas casi infinitas. Desarrolló algunas con una gran orquesta en la que, además, doblaba la flauta con el saxo tenor y con la que obtuvo un gran éxito en el Festival de Newport de 1965.

En el ambiente se barruntaba un interés sincero por la mezcla y la alianza intercultural, y Mann estaba ya más que preparado para adelantarse un poco a ese futuro arriesgado, pero prometedor. Aún más, en su función de productor de Embryo (sello subsidiario de Atlantic) pudo incorporar el rock a su lujuriosa macedonia sonora. Inició la reorientación seria de su estilo al principio de los setenta a través de su grupo Family of Mann, con en el que incluso recreó ambientes de música cortesana japonesa. En 1974 añadió a su mochila de influencias el reggae y empezó a cosechar triunfos en las listas con discos de vocación comercial, como Hi-jack. El jazz parecía dar por perdido a Herbie Mann.

Por supuesto, el cambio de una audiencia minoritaria a otra más ecléctica y numerosa no le supuso ningún trauma al flautista, de modo que insistió por el camino emprendido con resultados más que alentadores. Quizá el ejemplo más ambicioso de su tendencia al mestizaje sea un disco (no disponible en versión digital) titulado Concerto Grosso In D Blues (Atlantic, 1968). La solemnidad del título no ocultaba su intención de hallar una vía de encuentro entre el jazz, la música clásica y otras fuentes sónicas menos explícitas para realizar un verdadero viaje musical que cubriese desde los compositores románticos a Stockhausen y desde Nueva Orleans al free-jazz.

Era hasta cierto punto previsible que la recepción del disco iba a resultar más bien fría para las efusiones populares a las que se había acostumbrado Mann, pero pronto se desquitó con Memphis Underground (Atlantic, 1969), una mezcla de rhythm & blues y country a la que los guitarristas convocados, un muy joven Larry Coryell y Sonny Sharrock, acertaron a dar el punto justo. Mann estrechó aún más sus lazos con el rock en Push push (Embryo, 1971), en la que contó incluso con el malogrado guitarrista Duanne Allman, y se convirtió en un polifacético ya radical.

Pero, en su caso, la variedad no fue garantía de calidad y, a lo largo de la segunda mitad de los setenta, protagonizó discos mediocres que no alcanzaron ninguno de sus objetivos: ni el artístico ni el comercial, a pesar de que llegó a colaborar con Antonio Carlos Jobim y João Gilberto en un disco de escucha amable y olvido casi inmediato. Las cosas tampoco mejoraron demasiado en los ochenta. Los sellos importantes empezaban a hacerse los olvidadizos con sus glorias pasadas, de modo que Mann decidió crear su propia etiqueta, Kokopelli Records, con la que consiguió reconciliarse con parte de su antiguo público. Como anfitrión del concierto en honor de sus 65 años (65th Birthday Celebration: Live At Blue Note, 1995) demostró que seguía siendo un flautista supremo (sin duda, uno de esos que la historia regala muy de tarde en tarde) y que su estilo poseía suficientes señas de identidad reconocibles para situarle entre los jazzmen genuinos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de julio de 2003