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Crítica:

Un juguete ajeno

A Ang Lee -chino afincado en Nueva York, que dirigió El banquete de boda, Comer, beber, amar, La tormenta de hielo y Sentido y sensibilidad- nadie tiene que darle lecciones de cine, se las sabe todas.

Pero incluso para un catedrático de la dificilísima asignatura (y aventura) de la imaginación que es echar a volar una película elaborada con oleadas de fantasía, la sabiduría -o, más exactamente, el exceso de confianza que la conciencia de sabiduría crea en quien se sabe dueño de ella- puede jugarle una mala pasada, porque en una pirueta de esta especie el simple conocimiento es energía inmóvil cuando no le acompaña un baño de olfato, de instinto; y nada funciona en la pantalla si la inteligencia no está galvanizada por la picardía. Y eso es lo que le ocurre a esta aventura de Hulk, en la que, en las antípodas del prodigio de Tig re y dragón, Ang Lee pone en el cazuelo más álgebra que sal, y la ensalada de hombres y titanes se le queda insípida.

HULK

Dirección: Ang Lee. Guión: Turman, France y Schamus, sobre el cómic de la serie Marvel El increíble Hulk. Intérpretes: Eric Bana, Jennifer Connelly, Sam Elliot, Josh Lucas, Nick Nolte. Género: aventuras. EE UU, 2003. Duración: 95 minutos.

Arranca Hulk de un alarde de montaje sintético aplicado al enrevesado proceso de investigación genética que desencadena la peripecia del célebre cómic originario, un tour de force, un desafío técnico que Ang Lee solventa conjugando con astucia y claridad puntos de vista en forma de ventanillas o troceamientos del encuadre. Llega a combinar seis tomas simultáneas del mismo objeto o suceso enfocado desde otros tantos ángulos, y esto le permite meternos en pocos minutos en el vértigo de un loco embrollo. Se ahorra y nos ahorra así mucho celuloide expositivo, pero nada más pasar esta exhibición de musculatura profesional uno se pregunta a cuento de qué viene matar moscas a cañonazos y qué objeto tiene un golpe de sabiduría destinada a sacar zumo de una piedra.

Está bien ese arranque, pero el virtuosismo de Ang Lee resbala en los ojos, porque la desmesurada aventura de mitología viva (un cómic de la serie Marvel de los años sesenta) que maneja le es en el fondo ajena, y si se la sabe no es porque la haya mamado, sino porque la ha aprendido de memoria. De ahí que se perciba apatía en el empeño que Ang Lee pone para llevar Hulk a su molino propio de las relaciones familiares y sus entresijos.

Deja ver Ang Lee que hay algo que no le llena en lo que tiene entre manos, e intenta (y consigue a medias) meterle algo de metralla obsesiva propia, lo que es un grave error. Le agrada el juguete del viejo tebeo El increíble Hulk, llamado también La Masa, y lo maneja con destreza -ahí queda la media hora inicial resuelta en primeros y primerísimos planos-, pero es sólo eso, un juguete ajeno. No son suyos, dominables, los cauces del legendario cómic, e intenta romperle los bordes y desmadrar sus aguas,para así pescar en río revuelto. Pero para que esto funcione hace falta humor, y éste -aunque a veces salten algunas chispas, sobre todo al final- le falta a este soso Hulk, que se resiste a hablar en chino.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de julio de 2003