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Crítica:CRÍTICAS

Vivísima muerte

La madeja de donde Jean-Pierre Améris, director de la película, y Caroline Bottero, su escritora, tiran para abastecerse de los hilos argumentales y de los registros ambientales y emocionales que les permiten tejer el sereno y apacible, pero duro y doloroso sentimiento de ocaso que invade el guión de La vida, es un libro veraz, un testimonio de la psicóloga Marie de Hennezel titulado La muerte íntima.

Esta mujer depositó en su manuscrito una larga -y de las que marcan el carácter de quienes las viven- experiencia en un internado de enfermos agónicos, terminales, llamado La Maison. Asistió de cerca, cara a cara con quienes los vivían, a los últimos momentos de muchas personas que acudían allí en busca de una agonía no humillante ni desoladora. Y este rasgo de documento agónico palpita materialmente en la pantalla de La vida. Se percibe, a medida que el relato se adentra en lo que nos relata, el aroma a ámbito verídico que tienen el soporte moral y material de la ficción, su fondo no fingido sino arrancado de un estricto conocimiento de lo que se habla, que es el anidamiento en la vida de la muerte y el empuje último del agonizante a convertir su muerte en nido de vida. Es su admirable escritura la primera -fortísima y no única- virtud de una frágil película que, a causa de su sinceridad y de la sensación que expulsa de fidelidad a algo que nos ocurre, puede -sin caer en aspavientos, sin gestualidad, a media voz- a unos ofender y a otros, en cambio, dar consuelo.

LA VIDA

Dirección: Jean-Pierre Améris. Guión: J.-P.Améris y Caroline Bottero. Intérpretes: Sandrine Bonnaire, Jacques Dutronc, Emmanuelle Riva, Jacques Spiesser, Annie Gregorio. Género: drama. Francia, 2002. Duración: 113 minutos.

Junto al excelente guión, el otro rasgo fuerte que sostiene a La vida hay que buscarlo en quienes dan cuerpo a la compleja y amarga, y por momentos en roce con el territorio de lo sublime, historia que la vertebra. Son Sandrine Bonnaire y Jacques Dutronc, dos eminentes intérpretes franceses, quienes trenzan aquí el inquietante y quizá desconcertante brote del amor entre un hombre que se muere y tiene miedo a morir y una mujer llena de vida que tiene miedo a vivir.

No es posible ir más allá de donde llega esta experiencia lírica y trágica de raíz vivida y documental, que es el transcurso de un encuentro que mientras ocurre se está convirtiendo inexorablemente en irresoluble desencuentro. Las calidades y matices, el buen gusto, el tacto y la elegancia con que Sandrine Bonnaire y Jacques Dutronc afrontan la representación desde dentro de algo que se acerca a lo irrepresentable es lo más bello de un filme que tiene muchos buenos instantes, pero que carece como conjunto de la redondez que la extrema tensión del suceso está pidiendo al director.

Es La vida un gran y conmovedor diálogo fijado por dos escritores de cine y dos intérpretes con talentos perfectamente acoplados entre sí. En este singular dúo a cuatro voces está todo lo que tiene de gran cine este inteligente y humilde filme. Es un notable ejercicio de generosidad y sensibilidad, pero el hecho de que no medie entre escritores e intérpretes una dirección a su altura, limita su alcance. De haber sido La vida formalizada con imágenes mas diestras, estaríamos ante una obra de cine importante. Pero se queda en cine muy bien escrito e interpretado, pero sólo correctamente hilado y realizado,aunque se dé el contrasentido de que el buen guionista Améris ganara en el Festival de San Sebastián el premio al mejor director.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de julio de 2003