El éxito de Antonia (1995) puso en el mapa cinematográfico internacional a una interesante directora holandesa, Marleen Gorris, capaz de componer un hermoso fresco hondamente libertario, profundamente respetuoso con el universo femenino, al tiempo que dejaba en el aire un soberbio retrato de madre primigenia, capaz de estimular y comprender la vida de los suyos, pero sin las penosas ataduras de los celos o la sobreprotección; una madre, en fin, que no era sólo la progenitora de sus hijas, sino también un ser humano con deseos, coartadas y pequeñas heroicidades cotidianas. Casi todos estos elementos reaparecen, después de dos películas de raíz literaria, interesantes ambas por razones diferentes (Mrs. Dalloway, 1997, según Virginia Woolf, y La defensa Luzhin, 2000, según Nabokov), en esta Carolina, su primera película rodada en Estados Unidos.
CAROLINA
Directora: Marleen Gorris. Intérpretes: Julia Stiles, Shirley MacLaine, Alessandro Nivola, Edward Atterton. Género: comedia dramática, EE UU-Alemania, 2003. Duración: 95 minutos.
Y lo hacen, además, sobre las mismas bases: una mezcla nada convencional entre drama y comedia; unos personajes insólitos pero trazados con un amor incontenible, y un drama madre-hija, sustituido aquí, ya que la primera está literalmente ausente (y el padre también: de hecho, es un divertido tarambana que va y viene por la narración, sin ejercer la menor influencia sobre sus tres hijas), por un enfrentamiento nieta-abuela en el que se lucen, y a modo, la eficaz Julia Stiles y una Shirley MacLaine que está literalmente a sus anchas. Sobre ellas, y muy en especial la primera, recae todo el mensaje, si se me permite un término pasado de moda, del filme.
Es un mensaje, claro está, sumamente atendible. Porque el enfrentamiento que opone a ambas no tiene en absoluto los tintes de la competitividad, ni del rencor, ni del resentimiento. Antes al contrario, es una pugna de crecimiento, como muy bien entiende la abuela; y Carolina deberá encontrar en ella misma, en su vida, en su experiencia, las armas para salir adelante. Tiene el filme, en fin, muchas aristas, muchos matices inteligentes; y no el menor es la propia historia de amor en que se ve envuelta la protagonista. Y la lección queda diáfanamente clara: las mujeres no deben competir entre sí, sino apoyarse; como hace, por cierto, la propia directora, en un cameo sumamente significativo como funcionaria pública, para ayudar a Carolina en el momento más triste y desvalido de su vida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de julio de 2003