El 16 de mayo de 1966, la República Popular de China institucionalizó la locura como sistema de pensamiento oficial. A esa extraña iniciativa se le dio el nombre de Revolución Cultural y la base teórica de la misma hay que buscarla en una sarta de inanidades escritas por el presidente Mao en forma de aforismos en su Libro rojo. A Mao, que había sido marginado de la dirección del partido comunista tras provocar una hambruna con más de 25 millones de muertos al poner en marcha el colectivismo radical del llamado Gran Salto Adelante (1958), le sirvió para recuperar el poder, que lo mantuvo hasta su muerte, el 9 de septiembre de 1976.
Ahora, gracias a otro "libro rojo", podemos ver las dos caras de aquella Revolución Cultural. Su autor es un fotógrafo -Li Zhensheng- que además expone en París el trabajo que realizó durante los años de delirio colectivo. De pronto, junto a las manifestaciones de entusiasmo de los millones de guardias rojos, vemos los actos de humillación colectiva a que eran sometidos los dirigentes que se apartaban de la línea correcta, es decir, que tenían dos relojes en vez de uno, o guardaban sus documentos en una maleta de piel en vez de hacerlo en una de cartón, o escuchaban al compositor europeo Mozart en vez de óperas revolucionarias, o seguían frenando su coche o bicicleta ante un semáforo en rojo cuando ya se había acordado que ese color era el que daba paso, mientras que el burgués verde era el que detenía la marcha del pueblo hacia su radiante futuro.
Cuando los guardias rojos registraron su piso no descubrieron las fotos, y gracias a eso Zhensheng fue condenado a 'sólo' dos años de reeducación
Al servicio de Mao
Li Zhensheng, que hoy tiene 62 años de edad, participó de ese huracán de izquierdismo infantil y fanático y puso su cámara al servicio del mismo. Con ella retrató a nadadores que leían el Libro rojo antes de iniciar una carrera por el río Songhua, o a aviadores que buscaban en las máximas maoístas consejos que aplicar a su pilotaje, pero también captó a alcaldes humillados por jóvenes estudiantes y a directores de periódico obligados a escuchar con la cabeza gacha las críticas de rebeldes analfabetos. El presidente Mao había dicho: "Hay razones para rebelarse", y ellos lo hacían; el presidente Mao había aconsejado "disparar contra el cuartel general", y eso se interpretó como la apertura de la temporada de caza al superior, al que sabía algo más que los más lerdos o tenía algo más que los más pobres.
Zhensheng tardó dos años en comprender adónde llevaba esa carrera por ser siempre más de izquierdas que el vecino: al pelotón de ejecución. El 5 de abril de 1968 vio cómo sus camaradas aplicaban al pie de la letra la nueva máxima del libro de su máximo líder, que exigía que, tras una fase de "lucha, crítica y transformación", se pasase a la de "ejecución". Dos técnicos de una central eléctrica, autores de un panfleto titulado Mirando al Norte, fueron fusilados por contrarrevolucionarios. ¿Acaso la Unión Soviética, imperio del revisionismo, no estaba en el Norte? Zhensheng retrató el simulacro de proceso, el escarnio público de los condenados -los paseaban en camión por toda la ciudad, con grandes carteles colgados del cuello en los que se les acusaba de todo lo imaginable- y la forma en que fueron fusilados junto con otras seis personas acusadas de otros delitos diversos. Esos clichés nunca vieron la luz, como tampoco se publicaban los de los profesores de universidad "burgueses" vejados ante la multitud, con el rostro manchado de tinta y la cabeza coronada con el equivalente chino de las orejas de asno occidentales.
Destrucción de clichés
La gran mayoría de fotógrafos chinos destruyeron los clichés que no enseñaban lo que el partido y, sobre todo, los guardias rojos estimaban pertinente. La censura era feroz. Y todos aceptaron modificar y manipular las imágenes que habían tomado, ya fuese para dar más relieve o definición a la inevitable foto del gran "patrón" Mao que estaba detrás de los personajes o para acercar más los dirigentes a los campesinos.
Li Zhensheng guardó todos sus negativos debajo del parqué de su minúsculo apartamento. Fue así como salvó para la historia una imagen completa de la Revolución Cultural china, en la que coexisten todas las formas de violencia, incluida la de la estupidez. Cuando los guardias rojos registraron su domicilio, no descubrieron las fotos, y gracias a eso, Li Zhensheng fue condenado a "sólo" dos años de reeducación -a trabajar en el campo utilizando como arado los dedos de sus manos y a leer durante tres horas diarias las obras de Mao-. Su delito era de poca magnitud: le había escrito años atrás a una novia que no pensaba morirse en la provincia de Heilongjiang. El tribunal popular le recordó que treinta millones de personas vivían en Heilongjiang y que no había razón alguna para que él no pudiese vivir y morir en un lugar que El Diario del Pueblo había definido como "el primer rayo de sol de la nueva luz matinal en el noreste de la China".
Li Zhensheng fue rehabilitado en 1972, Mao murió en 1976 y la Revolución Cultural fue oficialmente catalogada de "error". Hasta ahora, nadie ha podido estudiar sus archivos. Zhensheng pudo exponer por primera vez parte de sus fotos -la menos conflictiva- en 1988. Gracias a Robert Pledge, fundador de la agencia Contact Press Images, pudo sacar del país 30.000 fotografías que, una vez seleccionadas con criterio de historiador, son las que ahora se exponen en París, podrán verse en España en la primavera de 2004 y quizá se presenten en Pekín en mayo de 2006 para, cuarenta años después, mirarle a la cara por fin a la Revolución Cultural.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 6 de julio de 2003