Perdón por mi atrevimiento y disculpen mi ignorancia, pero quizá alguien podría responderme a unas simples e inocentes preguntas. ¿Es tan difícil legislar contra la especulación? ¿Es tan difícil promulgar leyes contra la corrupción? ¿Es tan difícil combatir el tráfico de información privilegiada? ¿Es tan difícil establecer los mecanismos que impidan el uso de la política como medio para el enriquecimiento ilícito? ¿Cómo es posible que se siga pagando un sueldo público y se mantengan como parlamentarios y representantes populares a quienes han traicionado la voluntad de miles de ciudadanos hiriendo gravemente al propio sistema democrático?
Pasado el tumulto parece que hay muy poco interés entre buena parte de los parlamentarios y políticos para solventar estas cuestiones. Quizá sea porque no quieren legislar contra sus propios intereses, quizá no les convenga hacer más transparente la actividad política, quizá la corrupción está más extendida de lo que imaginamos, o al menos ésa es la idea que, con su actitud, transmiten a los ciudadanos ignorantes, como yo. Perdón, de nuevo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de julio de 2003