Hace más de dos décadas que el tío por excelencia, el gran, el inmenso, el genial Jacques Tati murió. En noviembre de 1982 -tras seis extraordinarios largometrajes y alrededor de una decena de maravillosos cortos recientemente dados a conocer por la cadena televisiva Arte- tenía 75 años y, ya con total dominio de su asombroso y sorprendente ingenio cómico, era un viejo irónico y subversivo que reventaba de ideas.
Estas ideas se vertebran, en el continuo de la obra de Tati, alrededor del curvo, inefable y escurridizo perfil -sombrerito, paraguas, gabardina corta sobre zapatones y patas torponas de ave zancuda- del tío Hulot, una de las creaciones mayores del genio cómico del cine, que es una sombra alargada de quien -como Tati, un tipo serio, formal, tímido, patoso, bonachón e impávido- fue su maestro silencioso, Buster Keaton, con quien el comediante francés guarda, pese a ser su antítesis física, el parentesco de una misma prodigiosa astucia para arrancar irresistibles golpes de absurdo y ridículo de los más inesperados rincones de los comportamientos cotidianos de la gente común.
LAS VACACIONES DE MONSIEUR HULOT / MI TÍO
Dirección, guión e interpretación: Jacques Tati.
Género: comedia.
Francia, años 1952 y 1958.
Música: Alain Romans. Duraciones: 96 y 120 minutos, respectivamente.
Alguien preguntó a Tati dónde aprendió a hacer cine, y dijo: "De los niños. Nadie hace todo de forma más sencilla que los niños. No hay límite en su capacidad para desvelar lo inexplicable. ¿Se ha fijado en que en las exposiciones de dibujos de los parvularios no hay rostros (primeros planos) sino figuras (planos generales)? Pues eso es lo que yo hago". Es exacto, pero ciertamente el candor, la inocencia y la ingenuidad del estilo de filmación de Tati esconden un vendaval de inteligencia y de malicia, de buena, buenísima malicia. Porque detrás de la ingenuidad y la frescura con que los niños desarman los comportamientos adultos, y detrás de la sagacidad, la crueldad y la insolencia que se mueven como rabos de lagartija detrás de la flemática mirada al mundo que le rodea de este hombrón ingenuo y de andares temblones hay una misma sustancia cinematográfica, una misma manera de responder a la estupidez y al adocenamiento.
Es el inefable Hulot, definido por Tati en Las vacaciones (1952) y que tocó su cumbre en Mi tío (1958), un tipo integrado e incluso gregario que, sin pretenderlo o pretendiendo lo contrario, pone patas arriba los rituales de convivencia, todas las convenciones y rutinas que se ponen a tiro de su dinamita libertaria instintiva, de esa irresistible capacidad para la demolición de lugares comunes que acompaña al tal Hulot como una mala sombra y que le permite destilar de su aspecto inexpresivo y soso milagrosas gotas de expresividad y de gracia, de la insólita y arrolladora gracia que circula dentro del arco solitario -desde el comienzo a la cumbre- de esta cúpula libre, ácida y profana del cine moderno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de julio de 2003