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COLUMNA

Guauguau

Soy una persona mayor, pero no tanto como pregonan mis enemigos, que me tachan de cascarrabias, misántropo y caduco. Es cierto que me abandonó mi señora y se largó con un mancebo tatuado y con pendiente. A ella siempre le gustó más la morralla que el oro puro. Con su pan se lo coma esa descarriada. Desde que se esfumó, yo ando más libre que la brisa y más mosqueado que geisha por arrozal. No me fío un pelo de la humanidad, en general, ni de las mujeres, en particular. Sólo me fío de mí mismo, con reservas, y de los perros del barrio, que se ponen a saltar y hacer cabriolas cada vez que me encuentran por la calle.

Es el caso que este verano, para acompañar mis soledades y mis despistes, he conseguido que unos amigos me dejen en depósito a su perro hasta que vuelvan de vacaciones. Se llama Guauguau, un cooker spaniel de tres años, negrín, con una franja blanca en la pechuga, diversos lunarones de color canela y unas orejas dignas del príncipe Carlos de Inglaterra. Es simpático y juguetón como la perra que lo parió. Tiene cara de buena persona, y lo es, pero las mata callando. Sus dueños lo adiestraron en el arte de tocar el culo a las señoras, aunque me esté mal el decirlo. Y lo hace con un desparpajo digno de mejor causa, el muy perro. El primer disgusto me lo dio la semana pasada. Estábamos tomando un aperitivo en el Garimba, cuando entraron al local dos mujeres algo jamonas, sí, pero estupendas. Guauguau se acercó a ellas por detrás, sinuosamente, le espetó un lametón en la nalga a la más aparente y se infiltró entre sus brazos. La dama bramaba al borde de la histeria. En cuanto me percaté de la catástrofe acudí presto hasta las señoras y grité: "¡Guauguau!". Las ofendidas me propinaron al alimón una soberbia estocada en sendas mejillas. La portavoz gritó: "Le vas a ladrar a tu suegra, mamón".

Pero lo que más me duele es que corre entre mis vecinos la voz de que he perdido el juicio. El perro, cada vez que ve una hembra en la tele, se alborota y desatina. Últimamente anda encandilado con la trásfuga María Teresa Sáez. Y yo me paso el día gritando ¡Guauguau! A lo mejor estoy como una cabra por el jodío perrito.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 13 de julio de 2003