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Crítica:CLÁSICA | 'Pierrot lunaire'

Exquisito y distante

Schönberg tuvo, al fin, su oportunidad en las visitas periódicas a Madrid de Barenboim y la Staatsoper Unter den Linden de Berlín. La noticia es importante, y más lo será si se confirma definitivamente la inclusión de Moisés y Aarón como plato fuerte de la próxima visita de los berlineses. Ello supondría renunciar al éxito fácil que supone venir una y otra vez con un Wagner y otro título de repertorio bajo el brazo. La obra maestra de Schönberg justifica, en cualquier caso, un esfuerzo cultural que vaya más allá de lo inmediatamente reconocible. Sirva, pues, este Pierrot lunaire de horas intempestivas (comenzó a las 23.30, pues Barenboim dirigía a las 20.00 la última representación de El holandés errante) como ilustre aperitivo de una operación más ambiciosa.

Pierrot lunaire

Canciones para voz y conjunto de cámara de Arnold Schönberg, sobre textos de Albert Guiraud. Anat Efraty, soprano. Miembros de la Staatskapelle Berlin. Director musical: Daniel Barenboim. Director de escena: Peter Mussbach. Teatro Real, 15 de julio.

La fascinación que ejerce Pierrot no se limita al entorno musical. Sectores afines de los públicos más variados, y en especial el de las artes plásticas, se ven atraídos por una obra representativa de unos hallazgos lingüísticos y expresivos en un mundo culturalmente en cambio. No está de más recordar que se estrenó en 1912, y tampoco que los valores instrumentales y coloristas del reducido grupo de cámara se sitúan, como mínimo, al mismo nivel que la novedad narrativa entre lo cantado y lo declamado que desarrolla la protagonista.

Barenboim une a sus condiciones de director de orquesta y pianista una innata facilidad para hacer música en compañía. Su musicalidad e inquietudes se perciben, de una manera especial, en el repertorio del siglo XX, desde Messiaen hasta Piazzolla y, por supuesto, Schönberg. Su dirección de Pierrot participa de ese instinto natural, aunque, a mi modo de ver, la intensidad instrumental y el ramillete continuo de sugerencias de todo tipo de la obra se quedaron sin salir del todo a flote. Esta lectura un tanto cansina y apagada condicionó el conjunto de la representación, lo cual no impide reconocer que fue de una pulcritud admirable. Anat Efraty realizó un gran trabajo como cantante y especialmente como actriz, sin llegar a transmitir en plenitud el carisma, o, si se prefiere, el misterio poético de su personaje. Todo fue musicalmente bien, pero quizás sin ese puntito de emoción desde una perspectiva del pensamiento. "Muy intelectual y poco canalla", decía un espectador a la salida del Real, aludiendo a una sensación de cierta frialdad exquisita.

De Peter Mussbach, ahora intendente y director artístico de la Staatsoper berlinesa, se conocía en Madrid su notable trabajo como director de escena en la ópera De amore, de Mauricio Sotelo, estrenada en la Bienal de Múnich. Su lectura de Pierrot se centró en la faceta teatral de la cantante-recitadora sobre las ruinas de un coche retorcido, símbolo de una sociedad en gran medida destructiva. Hay una componente plástica en estos restos. No en vano Mussbach ha tenido una tendencia a reunirse con pintores en sus puestas en escena, desde Longo hasta Immerdorff, y en otras ha adoptado una atmósfera a lo Balthus como en sus Bodas de Fígaro de Francfort. La sensación que transmite en Pierrot es la de un ejercicio de estilo que no siempre supera la reiteración y en más de un momento roza el manierismo. La actitud como espectador del director escénico en el patio de butacas fue poco respetuosa, comentando continuamente con su acompañante, como si estuviera en un ensayo, los gestos de la protagonista, con la consiguiente molestia para los espectadores que estábamos en sus cercanías.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de julio de 2003