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Entrevista:JORDI MOLLÀ | Actor

"Me siento como un electricista que hace trabajillos por las casas"

Jordi Mollà sabe mucho de maletas, como Tulse Luper, el personaje de la película-serial de Peter Greenaway que se estrena hoy en España y en la que él participa. Entiende de maletas con ropa, maletines con utensilios y cajas de herramientas... Justo las que ha debido utilizar con tino en estos tres años que lleva vagabundeando por las cámaras de España y América, donde dice haber aprendido a ser humilde y a manejarse en todas las plazas. "Me siento como un electricista que hace sus trabajillos por las casas, cobra y se marcha", dice el actor.

"Trabajaré más Estados Unidos, pero quedarme a vivir, desde luego, no"

"Rodar es lo mismo en todas partes, empieza en acción y termina en corten"

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Ahora vuelve a Madrid a poner más luces y colocar enchufes, a recuperar sus esquinas, sus aires y los calores del verano después de que este fin de semana se dé un baño de multitudes en Estados Unidos, donde se estrena Bad Boys II, una comedia de acción en la que Mollà es Johnny Tapia, un villano traficante que se enfrenta a la pareja formada por Will Smith y Martin Lawrence. Puro entretenimiento: "Un producto que no hay que tomarse en serio y que es honrado. No engaña a nadie", asegura Mollà por teléfono desde un hotel de Los Ángeles.

Cree que después de este fin de semana le van a seguir cayendo ofertas para hacer de camello latino. "Seguro", certifica Mollà. Lo que no tiene claro es si va a aceptarlas. Ya entró por esa vía en Estados Unidos cuando le propusieron hacer Blow junto a Johnny Depp y Penélope Cruz. "Con Blow lo pasé muy mal", confiesa Mollà. "Un buen día te llaman, te dan el papel y te encuentras lejos de casa, sin tus amigos, en otro ambiente", recuerda. El papel de aquel amigo traidor le salió bien y le permitió agarrarse a una rueda que desde entonces no ha parado.

Pero él no es de los que suspiran por quedarse a zampar del sueño americano. "Trabajaré más en Los Ángeles, pero quedarme a vivir, desde luego, no", afirma tajante. Dice haberse ido porque en España no le convencían sus oportunidades. "Pregúntale al Gobierno por qué algunos actores nos vamos", dice. Y eso que no quiere ser catastrofista. "No quiero utilizar la palabra crisis para hablar del cine español, siempre he dicho que es un bajoncillo y me gusta ver las cosas desde el lado positivo, pensar que de esta situación surgirá en nuestro país una nueva forma de hacer cine".

Un cine en el que él quiere ser arte y parte. Como director, también. Su primera experiencia, No somos nada, estrenada en 2002, le ha dejado miel en los labios. "Ahora he estado perparando otra cosa, pero todavía es pronto para hablar de ello", se excusa. El hecho es que para ese nuevo amanecer del cine español, Mollà trae un baúl llena de experiencias. Una es sin duda la suya junto a Greenaway en Las maletas de Tulse Luper, su experimento multimedia que se estrena hoy en España, que consta de cuatro partes diferentes y que cuenta la historia de un hombre que vaga por multitud cárceles a lo largo de varios años, entre 1928, el año que se inventó el uranio y 1989, cuando cayó el muro de Berlín.

"Con Greenaway aprendes simplemente estando junto a él, sentándote a su lado para escucharle hablar", afirma Mollà del autor de El vientre del arquitecto. Ahora el director, con Tulse Luper, proclama que el cine ha muerto, que viva al cine y que sobre su cadáver reconstruirá nuevas formas con sus experimentos. "A mí no me gusta llamarlo experimento, yo digo que son películas, no hay que tener miedo a estas cosas", dice.

El actor aparece en Las maletas de Tulse Luper como Jan Palmerion, un dentista al que no dejarías hurgar en tu boca. "Es un dentista tipo Mengele, al que yo le he hecho una máscara y unos dientes y pestañas postizas", dice Mollà. Otro más para su colección de monstruos particular, para su vena histriónica, ésa que el intérprete suele mezclar con otros tipos más calmados, más tristes, más indefensos y que componen una galería rica de actor ambicioso como los que ofreció en La buena estrella, Nadie conoce a nadie, Segunda Piel o Son de mar.

Son trabajos y rodajes que ha echado de menos con su experiencia en Estados Unidos, donde ha rodado este año Bad Boys II, con el director Michael Bay, producida por Jerry Buckheimer, y El álamo, con John Lee Hancock. Con estas dos últimas superproducciones ha alucinado, pero se ha metido en ellas ahuyentando presión: "He querido hacer estas películas quitándole importancia a la parafernalia, probando que mi trabajo es el mismo en todos sitios, que empieza cuando dicen acción y termina donde gritan corten". En ese tramo no incluye las escenas de acción. "Soy muy patoso para esas cosas y tampoco quiero hacerlas, no me interesa aprender eso, que las hagan los dobles, yo no valgo. Una vez hice una tontería y me dolía el cuello, noté unas vibraciones, todo el mundo preocupadísimo porque a la mínima, con esas tonterías les cae una demanda", dice.

Le ha gustado demostarse a sí mismo que lo que se propuso le vale y ya no tiene miedo a trabajar en esos proyectos, con 500 personas moviéndose al tiempo al son que toca un director, dispuestos a construir todo un pueblo para luego arrasarlo o a volar una mansión con dinamita. Pero tampoco se ve a sí mismo como las estrellonas, con los guardaespaldas de arriba para abajo y en ese plan. Ni teniendo que renunciar a beber vino en las comidas... "Aquí no beben cuando trabajan, Así que me hice amigo del cocinero y cuando iba a poner un guiso con vino blanco le decía: 'Mete todo el vino que puedas que así, por lo menos, me llega la esencia".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 18 de julio de 2003