Tiene mucho sentido que Cartagena celebre un festival como La Mar de Músicas, dedicado desde hace nueve años a mostrar la diversidad de las culturas ajenas y en algún caso remotas. La ciudad es hoy un yacimiento al desnudo de excavaciones, recuperaciones y restos de un pasado histórico, militar y próspero, que ahora se está tratando de adecuar al presente. La sensación de melting-pot o crisol que el propio festival busca la ofrece de modo espontáneo un paseo por las calles cartageneras, donde la excavadora del constructor inmobiliario descubre, a poco que se remueva la tierra, una calzada romana o un ánfora púnica, y las calles del casco histórico muestran un deslumbrante conjunto de arquitectura doméstica art nouveau, a menudo alegrada por el colorido hortícola de la azulejería levantina. En las colinas que rodean la ciudad y su famoso puerto, los cuarteles abandonados de la época de Carlos III, algunos de muy bella planta, esperan la salvación de un destino civil.
Se trata de remediar el terrible déficit de nuestro conocimiento de la cultura india
De modo similar a su estupendo festival, Cartagena parece estar apostando en los últimos años por la preservación de raíces y el cuño de lo nuevo. Han llegado también aquí los arquitectos de firma (Navarro Baldeweg, Vázquez Consuegra, Moneo), el paseo portuario está ahora despejado y abierto al Mediterráneo, mientras que todos los actos de La Mar de Músicas tienen un público ávido, numeroso, entre el que no es difícil encontrar a la alcaldesa de la ciudad, una mujer de empuje muy identificada con el festival, pese a ser del PP (recuerdo aquí que sus correligionarios de Gijón habían prometido en la pasada campaña municipal suprimir, caso de ganar las elecciones, la excelente y reconocidísima Semana Negra, aduciendo que "nada aporta a los gijonenses"; por fortuna, perdieron).
Este año, La Mar de Músicas ha traído India a Cartagena, tratando de remediar el terrible déficit de nuestro conocimiento de una cultura tan honda, tan variada, tan antigua y últimamente tan bullente como la de aquel, más que país, continente de civilizaciones. El festival, como sugiere su nombre, ha explorado preferentemente las músicas de los países invitados, y ése sigue siendo el plato principal, esta vez fortísimo de especias y condimento; por Cartagena están pasando desde los nuevos grupos de bhangra originados en los suburbios de la Inglaterra indo-paquistaní hasta las delicadas melodías místicas de uno de los grandes artistas del sur (Karnátaka), Sanjay Subrahmanyan, sin olvidar a la magnífica cantante y actriz (es la protagonista de La boda del monzón) Vasundhara Das. Pero La Mar de Músicas también tiene la mar de pintura, de fotografía, de cine, de danza, y este año, de manera muy señalada, La Mar de Letras. Quizá haya sido la literatura -al margen, claro, de la música- lo más mimado en el 2003, por encima del cine, lo cual es una lástima, pues con sólo nueve películas en su (buena) selección, los espectadores de Cartagena descubrirán la obra de un peculiar cineasta comercial como Raj Kapoor, pero se quedarán con las ganas de conocer mejor la portentosa riqueza del cine indio pasado y actual. El acento en la literatura hindú y anglo-india responde a un fenómeno internacional de los últimos años, iniciado y luego generosamente propiciado por Salman Rushdie a partir del éxito mundial de Hijos de la medianoche. Al suyo se unieron después los nombres de Anita Desai, Amitav Ghosh, Arundhaty Roy, Vikram Seth o Pankaj Mishra, escritores todos en inglés y producto del cruce o fusión de origen, residencia, lenguas vernáculas, raza y contexto social y religioso. A esos estupendos novelistas hay que anteponer (al menos en el tiempo) los grandes pioneros, G. V. Desani, autor de una obra maestra de culto, All about H. Hatterr (por desgracia, inédita en España), que T. S. Eliot lanzó mundialmente con sus elogios al publicarse en 1948 y presentó después en la reedición de 1970 Anthony Burgess, y R. K. Narayan, uno de los grandes escritores del siglo XX, recientemente fallecido a los casi cien años y de quien, por lo visto, van a reeditarse en castellano sus novelas hoy inencontrables.
En Cartagena ha habido y seguirá habiendo hasta el día 26 de julio cursos, presentaciones, coloquios sobre literatura india actual, con la presencia de diversos autores. Merecen una mención especial dos escritoras cuyos libros, en una iniciativa ejemplar, ha coeditado el festival. Y no sólo eso. La Mar de Músicas, en colaboración con las ediciones El Cobre, ha instaurado el Premio Internacional de Novela de la Diversidad, que cada año a partir de éste se adjudicará a un libro proveniente del país invitado. En esta primera concesión se premió El libro de suicidios de la abuelita, una sugestiva novela de Sunny Singh (nacida en Benarés en 1969) que refleja con su mezcla de personajes e historias profundamente hindúes y un cambiante, modernísimo paisaje humano occidental, la peripecia de una mujer joven que trata de escapar del sofoco de su tradición. Destaca en el libro su desenfado erótico, algo que no sólo debe achacarse a la personalidad cosmopolita de Sunny Singh; está arraigado en todo el arte indio tradicional, pintado, esculpido o escrito, y en algún momento recuerda la admirable falta de recato amatorio que muestran por ejemplo las heroínas del maravilloso clásico (en sánscrito) del siglo XI Cuentos del vampiro.
Augatora, copublicado por las siempre estimulantes Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, supone, al menos para mí, el descubrimiento de una voz poética de extraordinaria calidad, la de Sujata Bhatt, en sus mejores piezas reminiscente de Brodsky o Walcott. También los poemas de Bhatt (muy bien traducidos por Clara Janés) hablan de una mujer itinerante, que nunca pierde, sin embargo, la mirada al origen (la poetisa procede de Ahmedabad, aunque vive en Alemania).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de julio de 2003