Cuando regresó a la vieja casa de verano, construida sobre un promontorio desde el que se divisaba una islita de piratas recortables y almadrabas, la ternura le sacaba un cuerpo al corazón y, casi de golpe, largó toda su memoria como una vela ofrendada al lebeche. De tantas ausencias y tempestades, arrinconados en la penumbra del vestíbulo, sólo le interesaban los placeres del teorema de Pappus, de la curva logarítmica y del sexo de la Maga. El sexo de la Maga estaba cubierto con las flores casi impalpables de la ceiba y exhalaba un suave aroma a canela de monte; el teorema de Pappus era un desafío a su intelecto; y la curva logarítmica, el origen de una aventura que lo impulsó, entre la geometría y la curiosidad, a conocer el mundo y sus mataderos. Después de pilotar un viejo carguero, sorteando centellas y violencias, había decidido abandonar el arte de la navegación, y dedicarse a desvelar los secretos del cálculo integral y del orgasmo, según la seducción de la Venus lucumí y los evangelios apócrifos de Sartre. El pensamiento de Leibniz lo condujo por la ciencia y el olvido; la carne y los gemidos de la Maga por el esplendor de la manigua y la santería. Pero, a principios de aquel agosto de 2003, en la vieja casa de verano, construida sobre un promontorio desde el que se divisaba una islita de piratas recortables y almadrabas, el piloto del carguero que había circunvalado toda la injusticia y el degüello, supo que sus propósitos no se cumplirían nunca: después de aquel agosto, el desalojo.
Lo supo, no por el correo vegetal de las hermosas y discretas yagrumas cubanas, por donde vuelan, escoltados por un cortejo de mariposas, los ardientes mensajes de los enamorados. Lo supo en la voz impersonal de los funcionarios: tenía que abandonar en un plazo de días una propiedad que ya no le pertenecía. La hipoteca que nadie levantó, los años de ausencias y tempestades, la subasta. Sobre la vieja casa de verano se levantaría un edificio de veinte plantas. Y sólo entonces se percató de cómo otros piratas de carne, hueso y corbata, procedían a desguazar la islita.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de julio de 2003