Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra

Bayreuth abre su festival con un brillante 'Holandés errante' en clave psicoanalítica

Éxito rotundo de la propuesta escénica de Guth y la cuidada dirección musical de Albrecht

Ni rencillas familiares por la sucesión ni nada. Cuando la engrasada maquinaria artística de Bayreuth se pone a funcionar, lo demás debe pasar a segundo término. La espectacular puesta en escena de El holandés errante de Claus Guth, en clave de psicodrama y a la vez de homenaje al cine, y la intimista y perfectamente sincronizada dirección musical de Marc Albrecht, junto con un adecuado reparto de voces, cosechó en la apertura del festival un éxito sin fisuras: apenas algún abucheo aislado, pronto acallado por una mayoría encandilada.

La demanda sigue superando a la oferta en este gran 'templo' wagneriano

Wagner dejó claro cómo quería las cosas, pero la historia ha pasado por encima

La inauguración del Festival de Bayreuth se saldó con una mayoría del público encandilado tras dos horas y media de buena música y de buen teatro, sin entreactos y con un calor asfixiante. El clima depresivo creado por las disputas sucesorias en la dirección del festival no podía encontrar mejor prozac que un éxito absoluto en el plano artístico.

Más allá de los problemas políticos, la máquina Bayreuth sigue funcionando a pleno rendimiento. En primer lugar por la demanda que sigue superando de forma apabullante a la oferta: de las 464.985 peticiones de entradas de este año, sólo 53.900 (más del 11%) verán satisfecho el deseo de asistir a alguna de las representaciones en el templo wagneriano hasta el 28 de agosto. Y en segundo, por el dinero que no falta en este festival, pese a la rebaja en las subvenciones de un 18% impuestas hace un par de años que levantaron ampollas.

El presupuesto actual para un mes de actuaciones ronda los 13 millones de euros, de los cuales el 36% corre a cargo, por tercios, de tres administraciones: el Gobierno federal, el land de Baviera y el municipio de Bayreuth, una ciudad de poco más de 70.000 habitantes. El resto lo cubren los patrocinadores y la venta de entradas, las cuales, por fidelidad expresa a Wagner, siguen manteniéndose a precios razonables: oscilan entre los 183 euros la más cara y los 10,50 las de visibilidad limitada (5,50 las completamente ciegas, pero con la recepción del sonido Bayreuth asegurada). Eso sí, conseguirlas es toda una hazaña: un aficionado barcelonés lleva una década solicitándolas y su fidelidad todavía aguarda la recompensa.

El estreno de ayer es un síntoma más de que la era de posguerra, inaugurada en 1951 por los hermanos Wieland y Wolfgang Wagner, está a punto de concluir, si es que no ha concluido ya, pese a la permanencia del segundo, con casi 84 años, en el puesto de director único tras la temprana desaparición de Wieland en 1966. El hecho de que la programación de ahora, por primera vez en 50 años, no incluya ningún montaje dirigido por un Wagner se interpreta como un inicio de retirada de Wolfgang. "Mi actividad como director escénico de Bayreuth es cosa del pasado, ahora sólo soy director del festival y mi principal tarea es buscar nuevos talentos. Lo más importante es que Bayreuth siga estando en la vanguardia", declaraba en una entrevista con Der Spiegel publicada este mes.

Pese al temprano rechazo por parte de la crítica, Wolfgang Wagner ha montado en Bayreuth, en su medio siglo de reinado, todas la obras de su abuelo en dos ocasiones, menos Tristán y Tannhäuser, que ha estrenado en una sola ocasión. En la apertura del festival de 2001 se vio su último trabajo, Los maestros cantores, programado también el año pasado. Temiendo el abucheo, a la hora de los saludos se mezcló entre los cantantes. Sólo cuando se percató de que no se producía ningún rechazo se decidió a adelantarse para recoger el aplauso individualizado.

Wolfgang Wagner, como él mismo dice, sigue siendo sólo el director general, pero a nadie se le escapa que lo es con la activa oposición de parte de la fundación del festival, que en marzo de 2001 trató de imponerle a su hija Eva Wagner-Pasquier. La operación no resultó. Ahora se ha llegado a una situación de compromiso con Klaus Schultz, un personaje ajeno a la familia y que de hecho es que el que se está encargando de las contrataciones de las próximas temporadas, aunque en el programa oficial figura sólo como "colaborador free-lance". "Fue una idea mía [de incluir a Schultz en la dirección], tras no haber llegado a ningún acuerdo sensato

[con la fundación para nombrar al sucesor]", matizaba en la entrevista a Der Spiegel citada. Y ayer añadía, en declaraciones al diario local Norbayerischer Kurier: "El acuerdo se ha tomado por si a mí me ocurriera algo, en cuyo caso

tendría que encargarse de que el festival procediera por los caminos previstos".

Cuáles serán estos caminos está por ver. Al margen de las rencillas de familia, hay un debate de fondo que antes o después deberá resolverse: la apertura del repertorio del festival a otras óperas de Wagner e incluso a otros compositores, influidos o que influyeron en él. Wolfgang Wagner se ha mantenido fiel al dictado de su abuelo, quien consideró dignos de Bayreuth sólo 10 títulos, a partir de El holandés errante, que es cuando Wagner, según escribió en Una comunicación a mis amigos, sintió que iniciaba su etapa de poeta y dejaba atrás la de mero "fabricante de libretos". Tan rotunda descalificación de la producción anterior ha dejado fuera de la verde colina, durante un siglo y cuarto, obras de gran interés, hoy tranquilamente programadas por muchos teatros, como Rienzi, Las hadas o La prohibición de amar.

El legado de Wagner es ciertamente de muy difícil administración. Él dejó muy claro cómo quería que se llevaran las cosas, pero la historia irremediablemente ha pasado por encima. Las estrechas relaciones de sus sucesores con Adolf Hitler obligaron a una primera traición, a partir de 1951, que pasaba por una profunda renovación de los montajes, por más que el compositor hubiera dejado perfectamente detalladas las escenografías que deseaba para sus obras.

Hoy, una segunda renovación parece inevitable: la de considerar esta herencia como motor de nueva cultura y no sólo como culto a la memoria. Eso sólo puede conseguirse de forma crítica, aceptando que si Wagner fue un compositor extraordinario, no pasó de ser un poeta menor y un director de teatro ceñido a su tiempo. Valorarle en toda su complejidad sólo puede pasar por considerar la "obra de arte total" que él teorizó como hija del idealismo romántico. En cambio cabe atribuirle un mérito mucho mayor: el de haber abierto las puertas a la Zukunftmusik, la música del porvenir. No la que él imaginó, ciertamente, sino otra sobre la que influyó a partir de Tristán de manera definitiva. Contrariamente a lo que cierta vieja guardia todavía pueda pensar, un Moisés y Aarón en Bayreuth acaso constituiría el más generoso homenaje que podría tributarse al maestro Richard Wagner en la actualidad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de julio de 2003