Justo después de que el diputado Tamayo declarara, es un decir, ante la comisión de investigación encargada de valorar su caso de transfuguismo, la épica de los bandoleros tenía su continuación en la noche madrileña con la actuación de estos mexicanos peculiares que anteponen lo que viven o ven en la calle a cualquier otra temática en su obra.
Ataviados con unos trajes azules con flecos blancos que expresaban mejor que nada el particular glamour que gasta la banda, Los Tigres ofrecieron una generosa selección de temas propios en los que drogas, violencia, desafío a las leyes, honor de maleantes, muerte, amor y lucha por la supervivencia son materia básica. Con Jorge Hernández, cantante y acordeonista, que esa misma noche celebraba su cumpleaños, en plan líder comunicativo, el grupo estuvo tremendamente amable y accesible con un público en el que había nutrida representación de sus compatriotas y entre el que figuraba también el novelista Arturo Pérez Reverte, auténtico introductor del grupo entre el gran público español y al que dedicaron más de un tema.
Los Tigres del Norte
Cuartel del Conde Duque. Entradas, 21 y 24 euros. Madrid, 24 de julio.
Si bien musicalmente el espectáculo de Los Tigres del Norte no es un prodigio de virtuosismo instrumental y además hay muchas de sus canciones que se parecen de modo tremendo unas a otras, lo cierto es que el combo practica una especie de antimarketing que les da excelentes resultados. Lo importante en sus conciertos no está en la calidad o complejidad de sus músicas, sino en las letras que cantan; verdaderos relatos cortos de novela negra ambientada en un México nada políticamente correcto. Contadas y cantadas con pasión por un solista, Jorge, que echa el resto en los recitados, Los Tigres poseen un puñado de canciones que han encontrado de inmediato eco entre el público español que valora la diferencia y rebusca en la trastienda del folclor popular para encontrar signo de vida: Jefe de jefes, Camelia, Somos más americanos, La reina del sur o Crónica de un cambio, canción esta última que no parece haberle gustado al presidente Fox.
La banda, que lleva el equipo de escena inalámbrico para favorecer que los espectadores se suban al escenario a cantar o hacerse fotos con ellos, expresó su agradecimiento leyendo los mensajes escritos y las dedicatorias que los espectadores les lanzaban al escenario en forma de bolas de papel. Fueron dos horas y media de concierto en las que las rodillas no dejaron de hacer muelle acompañando el ritmo de los narcocorridos. Pero, si les hubieran dejado, bien hubieran podido ser cuatro o cinco.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de julio de 2003