Los que tenemos la suerte o la desgracia de vivir en las grandes ciudades disponemos de unas pequeñas parcelas de naturaleza viva que constituyen los verdaderos pulmones de la ciudad: los parques y jardines. Uno de los que tengo la suerte de tener cerca de mi domicilio es el parque de la Arganzuela, situado entre las plazas de Legazpi y la glorieta de Pirámides, en Madrid capital.
Se me cae el alma a los pies, sobre todo en días festivos, cuando veo la verdadera invasión que sufre el parque por indígenas y foráneos, indistintamente, de todos sus espacios teóricamente protegidos: setos, macizos de flores, estanque, que son literalmente asaltados por adultos, jóvenes, niños y perros de todos los tamaños (indebidamente sueltos, por supuesto).
Es preocupante la muestra de incivismo que esto supone, destruyendo de esa manera un patrimonio que es de todos, pero tanto o más preocupante es el hecho de que no se vea ni a un solo vigilante a lo largo y a lo ancho del parque que evite estos desmanes o para cualquier problema que pudiera surgir de los visitantes del recinto.
Querido y recién llegado señor alcalde: creo que esto también constituye una muestra de "delincuencia diaria".
Tome, por favor, las medidas oportunas para evitarlo y, de paso, a ver si puede dotar a este parque (y otros) de los correspondientes servicios, donde pequeños y mayores puedan hacer sus necesidades fisiológicas perentorias.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 30 de julio de 2003