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COLUMNA

Apócrifo

"Que usted se llame Héctor Galdós, sinceramente, me trae sin cuidado. Me ha hecho llegar por retorcidos medios dos de sus novelas, inéditas aún, para que vuelque mi franqueza y le ofrezca una opinión directa y clara. No sabe lo que ha hecho, aunque en el fondo aprecio su valentía y la he tenido en cuenta a la hora de enfrentarme a ese par de manuscritos que acabo de leer escrupulosamente. Comenzaré confesándole mi enorme decepción. Al principio me hice ciertas ilusiones. Pensé hacer algo por usted, no le miento, pero me ha convencido de lo contrario, al menos por ahora. Ninguna de sus novelas merecen el sacrificio del lector: les sobran páginas y están rigurosamente muertas. Y están muertas porque usted no tiene nada que contar, porque las historias que se ha buscado nada tienen que ver con Héctor Galdós, le pillan tan a distancia que se le han ido de las manos, han buscado una muerte tranquila nada más nacer porque conocían su destino, igual que usted, aunque se empeñe en no verlo, en maquillarlo con fórmulas inútiles, con destellos de algo que usted llama estilo pero que se queda en pirotecnia barata. Más que escritor, usted es sólo un esclavo, pero no de sí mismo ni de sus propias pasiones, sino de todos los muertos de este mundo; mira por sus cuencas vacías, siente por la piel putrefacta de quienes ya no sienten, escucha con el mismo corazón extinguido de aquéllos que dejaron de vivir hace decenas, cientos o miles de años. Usted no es Borges ni Balzac, es Héctor Galdós, un hombre que ha leído, que se ha llenado de emociones y aventuras contadas por otros, pero si se obstina en ser novelista, si cree verdaderamente en ello, deje de llenar folios y folios de patrañas y escriba con las mismas tripas que se le encogen cuando le pisan el cuello, cuando le deja una mujer o cuando vivir o morir depende de un segundo. Sus libros son tan fúnebres como el artista que usted mismo ha inventado, sólo le queda acabar con él o rescatarlo de tanta podredumbre. Si decide hacer lo segundo, no tiene más remedio que jugársela, lanzarse a tumba abierta y poner en ello todo cuanto tenga. Piénselo y escríbame de nuevo cuando regrese a la vida".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de julio de 2003