En este seco y largo verano he presenciado siete incendios, de los cuales me he visto afectada personalmente, como otras muchas familias; y lo peor de todo es que he visto cómo nuestra naturaleza ha sido arrasada gracias a la idea de personas que han provocado dichos desastres naturales.
El sentimiento que tanto yo como otros afectados anónimos tenemos es de impotencia, tras pasar momentos de angustia en los que hemos visto cómo tierras, animales y casas han sido devastadas en cuestión de segundos, mientras que bomberos, y los organismos de seguridad tardaban horas en hacer frente a lo sucedido por falta de personal.
Si es verdad que la justicia existe, espero que aquellas personas capaces de originar algo así, sin conciencia ninguna, sean juzgadas como se merecen. Es la única esperanza que agricultores y familias inocentes esperamos de este mundo en el que cada día son más las barbaridades que vivimos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de agosto de 2003