Ignoro si una isquemia cerebral en un anciano de 93 años es más o menos grave que una herida en una pierna de una señora de unos 50 años que no coagula bien o los síntomas de deshidratación de un adulto. Lo cierto es que mi padre, con 93 años, tuvo que esperar en una silla algo más de tres horas en Urgencias.
La dura realidad y la lógica me confirman que algo importante falla en la sanidad pública. No es humano que se tarde tanto en urgencias de un hospital comarcal. Y una vez pasó a la consulta, sin embargo, todo transcurrió perfectamente. Incluso la breve conversación y queja con el médico que lo atendió fue cordial.
La síntesis es la siguiente: falta de recursos humanos y de medios; falta de criterios claros en las prioridades: y falta de información.
Y si a la historia le añadimos que los celadores estaban más pendientes de hacer bromas jocosas sobre si los que ingresan son de Ontinyent o Favara, o de escuchar el viaje de un compañero a Egipto que de la puerta de urgencias... Un enfermo se les desmayó en el mostrador y no se dieran ni cuenta. Mi acompañante y yo avisamos a los celadores. Fue de pena y aún pretendieron justificarlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 4 de agosto de 2003