Nuestros políticos ríen. ¿De qué? ¿Son los nervios o, por el contrario, la distensión de quien se encuentra entre "colegas"? Es evidente que me refiero a la televisada rueda de comparecencias de supuestos implicados en supuestas tramas inmobiliarias de la Comunidad de Madrid. ¿Debería subrayar que desarrolladas por también "supuestos" políticos?
Hemos convertido en espectáculo la ironía, la tendenciosidad en la interrogación, el sarcasmo, la alegría ante el mal ajeno (y de todos), la verdad a medias, la ocultación, la negación, el prejuicio y, por encima de todo, la propaganda y el discurso narcisista y de consigna de partido (de unos y otros).
Lo que me duele del reality show es que mucho temo que los indecisos, los desesperados, los incrédulos de la política, los desmemoriados, los que dormían en clase de historia, los "pasotas" o los que ni leen ni viajan (pero que, por supuesto, sí ven televisión) se cuestionen no acerca de qué ríen nuestros políticos, sino de quién. Las consecuencias que intuyo son especialmente dañinas para la democracia: los citados radicalizarán su postura, y el nuevo voto, el joven, preferirá el alcohol y la fiesta (los estereotipos que esos mismos políticos les asignan).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 6 de agosto de 2003