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Tinto de verano | GENTE

Adán y Eva

La vida nos ha sonreído, me dijo mi santo anoche, mientras dejaba en la mesilla el libro que actualmente le ayuda a entrar en el sueño: 1348. El año de la peste negra. Y yo pensé que, efectivamente, comparada con la vida que llevan los personajes de los libros que lee, la nuestra es una vida de ensueño. La vida nos ha sonreído, dijo mientras realizaba maniobras de aproximación hacia mi colchón. Quisiera compartir una buena noticia con ustedes: ya no dormimos sentados. Vino a arreglarnos el colchón el primo del técnico. Es que el técnico propiamente dicho está de vacaciones en Roquetas, pero para las urgencias tiene a su primo, que no tiene ni puta idea de colchones pero es muy servicial. Yo le dejé al primo mi Kit Manos Libres y el técnico, desde Roquetas, le fue dando instrucciones. Fue muy emocionante, me recordaba un poco a la escena de Aeropuerto, cuando se muere el piloto y se tiene que poner a los mandos un señor particular que recibe órdenes desde la Torre de Control y tú estás todo el tiempo en un vilo y al final la gente se salva. Eso son películas. Con la misma emoción veíamos al primo recibiendo instrucciones desde Roquetas. El primo consiguió que la cama se pusiera horizontal. La peguilla es que luego se levantó por la parte referente a los pies. El técnico nos dijo (desde Roquetas) que al fin y al cabo tener los pies levantados es muy bueno para prevenir las varices. Ahora nos levantamos mareados y con la cara como abotargada pero la circulación la tenemos divina. Como decía, mi santo dijo que la vida nos había sonreído, que teníamos suerte de tener esta segunda residencia, porque ahora que nuestros balcones de Madrid están tapados por un plástico y si abres el balcón sólo ves las sombras de unos obreros que se pasan el día gritando por los móviles mientras dicen que nos arreglan la fachada, nosotros podemos estar aquí en la gloria, Lindurri del alma mía. Y las maniobras de aproximación desembocaron en un encuentro bíblico que, a pesar de las dificultades físicas: separación de los colchones, pies para arriba, etcétera, yo calificaría de altamente satisfactorio. Como Eva y Adán nos quedamos dormidos y serían las ocho cuando un ruido ensordecedor nos sacó brutalmente del sueño. Aturdidos nos pusimos las batas para esconder nuestras vergüenzas y salimos a la calle: una terrorífica nube de polvo nos impedía distinguir qué era lo que ocurría. Ahí estaba: una excavadora estaba acabando con el monte de al lado. De pronto, entre todo el estruendo, oímos un móvil que entonaba una musiquilla familiar: Ave María de Bisbal (aspirante a dos premios Grammy). La nube de polvo se esfumó y apareció ante nuestros ojos, él: Evelio. Oh, Dios mío, estaba irreconocible. Ya no era aquel albañil de antaño, ahora vestía con la misma elegancia que Julián Muñoz: camisa abierta, enorme cruz de plata sobre el pecho y un relojazo ostentóreo. La irresistible ascensión de Evelio. "No teman, amigos, ya nunca estarán solos, dijo, estamos empezando la primera promoción: cincuenta adosados, como decía el presidente Bush: si no podemos luchar contra los incendios, talemos los árboles". Y mirándome fijamente a las lolas (como diría la Cardone), dijo: "Me alegro tanto de verlas".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de agosto de 2003