La Iglesia y su jerarquía han optado por cambiar en sus manifestaciones el verbo lamentar u opinar por el de condenar e imponer. En este caso, volvemos a ser objeto de su ira y su rabia lesbianas y gays, una rabia sin fundamento alguno que persigue imponer a los gobiernos democráticos que se posicionen claramente en contra del matrimonio compuesto por personas del mismo sexo. Así, el Vaticano da un nuevo paso más hacia algo tan repugnante y tan cobarde como es discriminar a las personas por su condición sexual.
Esa Iglesia oficial que hoy se escuda en esta batalla lo hace para tapar temas tan importantes a los que aún tiene que responder, como su negativa al uso del preservativo, el encubrimiento de casos de pederastia entre sus filas, su oposición a condenar la pena de muerte, o el sometimiento que le impone a la mujer con respecto del hombre entre otras muchas aberraciones que se proclaman desde el Vaticano.
En cualquier caso y frente a esta actitud hipócrita de su corpus jerárquico, quiero agradecer la labor diaria que realizan muchas monjas y sacerdotes dentro y fuera de España, que sí demuestran servir a los demás respetando a todos por igual.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de agosto de 2003