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Reportaje:LA PLAGA DEL VERANO

Un incendio indomable

Un impresionante despliegue de medios en Extremadura fracasó en el intento de frenar a tiempo el mayor incendio del verano

Los montes que separan Cáceres de Portugal parecían resplandecer por las noches. Durante una semana, los habitantes de Valencia de Alcántara, a 15 kilómetros de la antigua frontera, vieron una cresta roja rodear las cimas. De día, en el cielo, una gran nube gris amenazaba tormenta. Sólo cuando empezó a entrar por sus calles se dieron cuenta de que no era una nube. Era humo del fuego que arrasaba y todavía arrasa el país vecino. Cada noche, el humo entraba hasta el mismo centro de la ciudad y ponía a prueba la calma de sus habitantes. El sábado 2 de agosto, llegó con él el que ha sido hasta ahora el incendio más devastador del verano, que pasó por encima del operativo contra incendios más grande que ha visto Extremadura.

"Vientos muy fuertes, humedad del 12% y en una zona inaccesible. ¿Qué haces entonces?"

Cuando el fuego de Portugal pasa a España, los equipos están lejos, apagando otros dos

"La gasolinera tenía 100.000 litros de combustible. Si explotase se vería en Madrid"

No se pudo empezar a apagar las llamas hasta 30 horas después de declararse el fuego

Al principio, sólo eran rayos. Eran las 21.30 del viernes y un equipo de emergencias del plan contra incendios de Extremadura (Infoex), volvía por la carretera N-521 de ayudar en Portugal, a 20 kilómetros de su base en Valencia de Alcántara. "Ibamos por la carretera y vi caer un rayo, a lo lejos", recuerda Enriqueta Abril Raymundo, coordinadora de zona del plan contra incendios. Era una tormenta seca. Además de ése, cayeron otros seis rayos que originaron sus respectivos fuegos.

La comunidad extremeña se divide en 11 zonas para la lucha contra incendios, cada una con dos coordinadores. Éstos pueden disponer de los equipos de bomberos, Guardia Civil, Policía Local y cuadrillas de voluntarios, aparte de sus propios retenes de personal de tierra.En el de Valencia de Alcántara está siempre uno de los dos coordinadores (ingenieros técnicos forestales), más un helicóptero y dos retenes de siete personas cada uno. En Extremadura hay unos 20.000 incendios al año. Pero el 80% se queda en conatos, es decir, menos de una hectárea quemada.

Para lograr estas cifras, la respuesta tiene que ser casi inmediata. Normalmente, un guarda forestal ve la columna de humo desde una torreta y llama al coordinador. El aviso puede proceder también del teléfono de Emergencias 112, alertado por un particular. El coordinador llama a los medios necesarios. "Si te pilla en la base, sales inmediatamente. Si no, como mucho tardamos 15 minutos en organizar a la gente y acudir", explica Víctor Manuel Pérez Cerrato, el otro coordinador de la sierra de San Pedro.

En la noche del viernes, a los siete fuegos acudieron dos vehículos de bomberos forestales, con 20 hombres, más las excavadoras. De esos siete fuegos cogieron fuerza dos, en Alcorneo y en San Vicente. "Dieron mucha guerra", recuerda Pérez. "El viento era cambiante, de más de 30 kilómetros por hora, en una zona de pino y pasto. La situación era muy peligrosa".

Javier López Iniesta es el Consejero de Desarrollo Rural de la Junta de Extremadura y máximo responsable de la lucha contra incendios. Lleva un mes en el puesto. Antes era alcalde del pueblo donde nació y se crió: Valencia de Alcántara. Esa noche decidió ir a la zona. "Fui con mi coche por los distintos focos y la cosa parecía tranquila", recuerda. Pero estaba tranquila a medias. El sábado por la mañana, los dos fuegos aún no estaban controlados. Con la luz del día, a primera hora se unieron a las tareas dos hidroaviones y cuatro helicópteros. Ese día, 2 de agosto, la Junta de Extremadura dio una alerta meteorológica. Normalmente, es por riesgo de tormentas. Fue la primera vez que se emitía por las altas temperaturas.

En Valencia de Alcántara, el calor superó los 30 grados todo el día. El viento llegó a los 60 kilómetros por hora con dirección errática. Los focos se empezaron a multiplicar y los retenes se vieron desbordados. Aun así, era poco comparado con el que abrasaba Portugal, unos kilómetros más allá.

A las seis de la tarde, la terraza del Asador de Jola estaba llena de gente. Manuel Piris abrió ese bar hace siete meses, animado por el auge del turismo rural en esta zona casi desconocida. El asador está en Jola, un pueblo de 50 habitantes encajonado en un pinar tan tupido que hasta en los peores días del verano hace fresco por las noches. "Sobre las seis de la tarde, empezamos a ver el fuego de Portugal por encima de la cresta de la montaña", relata. Cuando el fuego es tan fuerte, provoca su propio viento. "Fue una racha de viento no habitual", dice López Iniesta. La virulencia de las llamas era tal que en las horas siguientes la información era, literalmente, difícil de creer. Piris llamó al capitán de la Guardia Civil. "Me dijo que no me preocupara, que el incendio estaba a tres kilómetros de la frontera. Le tuve que insistir en que lo veía delante de mí".

"Eso sólo se cree si lo ves con tus propios ojos", dice López Iniesta. "Estaba a 10 kilómetros de la frontera y en una hora y media se había plantado en España". A las 0.05, el fuego había entrado en España por Jola y por La Rabaza. Ardían 13 kilómetros de frontera por tres sitios. Y los efectivos de la lucha contra incendios trataban de apagar otros dos focos a varios kilómetros de allí.

"Todo el valle de Jola se quemó en un par de horas. Habría sido una locura intentar combatir el fuego en esa olla. Era un suicidio", afirman los coordinadores. Jola fue desalojado a las 2.45. En un incendio las llamas son lo último. "Primero se asegura la vida de las personas, después se aseguran los bienes, después los recursos económicos y, finalmente, se ataca el fuego", explica Víctor Pérez. En el caso de Valencia de Alcántara, sólo dio tiempo a hacer lo primero.

"Se trata entonces de concentrar todos los medios en ese fuego [el que acaba de cruzar la frontera], y dejar lo imprescindible en los pequeños, que ya se lo estaban haciendo pasar mal a los retenes. La zona fronteriza es inaccesible, y los aviones no pueden sobrevolar las llamas sin someterse a corrientes de aire demasiado arriesgadas", relata un responsable de Emergencias 112.

En Mérida, sede del Gobierno autonómico, la medianoche del sábado todas las valoraciones de la situación eran desesperadas. La Consejería de Presidencia informó al presidente de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que estaba de vacaciones en Olivenza y éste viajó a Mérida y reunió un gabinete de crisis. En una pequeña sala con sillas amarillas de la consejería se congregaron el presidente, el delegado del Gobierno, los dos presidentes de las Diputaciones Provinciales y los consejeros de Agricultura, Medio Ambiente, Presidencia, Fomento, Desarrollo Rural y Sanidad, y el director del 112.

El gabinete de crisis declaró el nivel 2 de alerta contra incendios. La medida permite pedir medios al Estado para sumarlos a los de la comunidad. Si no bastasen se declararía el nivel 3, o emergencia de interés nacional, para pedir ayuda del extranjero. Nunca se ha dado el caso.

A las dos de la madrugada, el gabinete de crisis dispuso un operativo preventivo para evacuar Valencia de Alcántara y San Vicente de Alcántara (unos 6.000 habitantes cada uno), La Codosera, Carmonita y Casas de Millán. En total, unas 15.000 personas. A esas horas, un sábado y de vacaciones, se movilizan 100 autobuses de empresas privadas, con sus conductores. Pero por el momento, sólo se evacúa un balneario con 45 mayores en Carmonita y 300 personas de las casas rurales de la zona.

Durante la noche, las tareas se concentraron en defender las poblaciones. 12 bulldozers aportados por empresas de construcción abrieron un cortafuegos de 30 kilómetros por 40 metros en paralelo a la N-521. Además, se hicieron cortafuegos rodeando Valencia de Alcántara, San Vicente de Alcántara y La Codosera. Pero nadie dudaba de que la orden de evacuar media comarca se daría el domingo si no cambiaban las cosas. "Decidir una evacuación es el momento más crítico. Porque debe hacerse en función del riesgo. Nunca se puede hacer de forma precipitada, ni esperar demasiado", explican en Emergencias 112.

En la noche del sábado al domingo, con el comité reunido, se produjeron entre 20 y 30 fuegos simultáneos en Extremadura. El teléfono de Emergencias 112, que habitualmente recibe 1.500 llamadas diarias, registró 4.000 el sábado y otras tantas el domingo. Las atendieron cinco telefonistas, sin salir de la oficina en cuatro días. Junto a las mesas, se acumulaban barritas de chocolate, cajas de melones, peras y sandías aportadas por particulares.

En la mañana del domingo, el fuego había recorrido ya varios kilómetros en dirección a Valencia de Alcántara, y las condiciones meteorológicas empezaban a acelerarlo. El viento soplaba a 60 kilómetros por hora y la temperatura a las 10 de la mañana era ya de 34 grados.

De camino, el fuego comenzó a rodear la última gasolinera española de la carretera 521, a un kilómetro de la antigua frontera. "El día antes había venido el camión de Campsa a llenar el depósito", cuenta el dueño, José Juan Casares. Ese domingo tenía 100.000 litros de combustible.

"Allí no venía nadie a ayudarnos", se queja. En ese momento actuó por intuición: "Tenemos tres mangueras con bocas de riego como las de los bomberos. Pusimos una manguera colgada, duchando los surtidores. Con otra, encharcamos todo el área del depósito. Con la tercera mojamos todo alrededor". Cuando el fuego estaba tan cerca que derretía el monolito de los precios, abandonó la gasolinera hacia la tierra quemada, hacia Portugal. "Si llega a explotar se habría visto en Madrid". Pero el fuego pasó a toda velocidad, y respetó la barrera de agua.

Como Casares, muchos vecinos pensaban que se podía haber hecho más. La Guardia Civil se peleó literalmente con los vecinos de las casas que hay desperdigadas por la montaña para desalojarlos. Varios relatan cómo burlaron los controles para volver a sus casas y defenderlas con cubos, mangueras y escobas. "En La Rabaza, evacuamos a la gente. Cuando creíamos que estaba libre para actuar, te llaman para decir que la gente ha vuelto a sus casas y tienes que empezar otra vez. Son elementos que complican. La gente a veces no se deja ayudar", afirman en el 112.

La violencia y la velocidad del fuego hicieron imposible la intervención. Pero también hizo que pasara por encima de las casas respetando a la mayoría. "El fuego no era atacable. La longitud de las llamas y la temperatura no permitían acercarse. No eran condiciones ni para profesionales", explica Enriqueta Abril. "El fuego pasó como un fórmula 1. En zonas de matorral había llamas de seis y siete metros de altura", añade Víctor Pérez.

López Iniesta conocía cada camino y cada piedra de esas montañas. "Yo dije que no dejaran acercarse a nadie. Un fuego normal se puede parar como lo hemos hecho siempre la gente de campo. Yo también he cogido escobas para apagar fuegos. Pero no era normal. Vi arder en 30 segundos un alcornoque de 200 años. Los árboles explotaban como antorchas. Esto es una excepción, aquí y en toda España".

"Nos encontramos con 15 kilómetros de fuego, tres lenguas bajando por la montaña, con viento cambiante de 60 kilómetros por hora, una humedad del aire del 12% y en una zona agreste y de bosque. ¿Qué haces? ¿Qué pones? ¿Dónde lo pones?", continua López Iniesta. Salvar la vida de las personas fue la prioridad durante 48 horas. La naturaleza era la última preocupación de los equipos de emergencia.

En los despachos de Mérida se felicitan porque, gracias a que se prohibió intervenir a los vecinos, se salvaron vidas. En las calles de Valencia de Alcántara se lamentan de que, al no dejar a la gente defenderse por sí misma, se perdieron casas y fincas.

La situación estaba clara para Víctor José Pérez, dueño del hotel El Clavo, en Valencia de Alcántara. A las seis de la tarde del domingo recorría toda la zona con un altavoz atado a su furgoneta diciendo: "Atención, atención. Se necesita gente joven que acuda a recoger palos y mascarillas". "Era un cuadro ver a la gente salir a la calle, a las señoras mayores saliendo de sus casas. Se me saltaban las lágrimas", dice.

Desde la línea del fuego, paró para llamar a su mujer y le dijo: "Coge a las niñas y prepárate. En cuanto te vuelva a llamar, cogéis el coche y salís de ahí". El humo del mismo fuego que tenía delante inundaba ya por completo el pueblo. A las siete de la tarde, Rodríguez Ibarra anuncia en rueda de prensa que se va a evacuar Valencia de Alcántara. Nada más terminar de hablar, le informan de que, milagrosamente, el viento ha cambiado de dirección. El fuego estaba rodeando el pueblo. El mismo viento que lo trajo de Portugal, se lo llevaba de vuelta. "Nunca hice esa segunda llamada", cuenta Víctor José Pérez.

Hasta la noche del domingo al lunes, más de 30 horas después de iniciarse el incendio, no se pudo empezar a atacar el fuego directamente. La noche fue tranquila. "A las 11.00 del lunes volvió", recuerdan los coordinadores, "por ocho sitios a la vez". "Pero ya era un fuego normal". Todo el impresionante dispositivo movilizado por el gabinete de crisis en Mérida el sábado por la noche -con medios de la Junta de Extremadura, del Estado, de las diputaciones, de Castilla y León, de Castilla-La Mancha, de Andalucía y de Madrid, además de maquinaria y autobuses privados- no pudo actuar hasta entonces.

Los aviones y los helicópteros no habían podido ni sobrevolar la zona, por las turbulencias que provocaba la temperatura. El fuego se declaró controlado (cuando ya no avanza más, pero sigue activo) el pasado martes por la noche. Ayer aún no se consideraba extinguido. Según las primeras valoraciones, ha arrasado más de 10.000 hectáreas de zona forestal, agrícola y ganadera.

En el camino de Jola, cinco días después del incendio, todavía se levantaban pequeñas columnas de humo del suelo negro. A los lados de la carretera se oía un crepitar bajo las cenizas. Las hojas de los pinos están petrificadas, indicando la dirección en la que soplaba el viento cuando el fuego pasó por ellas. Al entrar en el camino, bajo una señal chamuscada se lee: "Peligro de incendios".

"Vean nuestro chapapote"

"Esta casa la defendí luchando contra el fuego y contra la Guardia Civil". Desde la cuneta de la carretera 521, Carlos Carballo Berrocal explica cómo se enfrentó a los agentes para defender del fuego su restaurante, El Cruce. Cuando estuvo seguro, se fue a defender con dos amigos su negocio de rutas ecuestres por la zona. Dos caballos murieron abrasados, y otros dos sufren quemaduras que los mantienen a oscuras cubiertos de pomada.

El consejero de Desarrollo Rural de la Junta de Extremadura, Javier López Iniesta, calcula que un 30% de la economía de la zona de Valencia de Alcántara había pasado en los últimos años a depender del sector servicios. La ruina amenaza ahora a los que, como Carballo, habían puesto sus esperanzas en el incipiente turismo rural. Esta zona de Cáceres, con miles de hectáreas de pino, alcornoque y encina, es uno de esos paraísos desconocidos, de los que sólo se recomiendan a los amigos. O lo era hasta el domingo pasado.

El miércoles, los vecinos de Valencia de Alcántara se reunieron para organizar una plataforma ciudadana. "Se trata de pedir soluciones", dice Inocencia Rey, que es dueña de una casa rural y de quien partió la iniciativa. En un acalorado debate, un vecino se levantó para decir: "Hay que pedir a la gente que venga a ver la lava negra de este volcán que nos ha arrasado. Que vengan a ver nuestro chapapote".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de agosto de 2003

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